Ciudad remota. Por Alfonso Reyes

ENTRE espadas de cristal

que tajan tu luz radiosa,

¿de dónde tanto misterio,

México, ciudad remota?

Vuelo de un águila un día

que en sus garras desabrocha,

sobre el peñón de la fábula,

las semillas de tu historia.

A tus lagos ofrecida,

del altiplano señora,

cuna o balsa para el sueño

de tu raza suntüosa;

pronto tus muros valientes

espía el agua envidiosa,

mientras tus climas serenos

todas las flores convocan.

Codicia del español

que en sus ansias te avizora,

y donde dicen que el sol

muda en oro lo que dora.

Casi inaccesible valle

que dos sangres acrisola

para los duros destinos

de la muerte y de la gloria;

que aúllas bajo la planta

de las enemigas tropas,

y te defienden tus niños,

cayendo, la entraña rota;

que abres al príncipe rubio

los dos senos, voluptuosa,

y lo trituras después

en tu abrazo de leona;

que vas labrando en los siglos,

con la pica vengadora,

la pirámide viviente

que ha tanto tiempo amontonas:

¿Por qué te acercas de lejos,

México, ciudad famosa,

y estando cerca de ti

te me apareces remota?

¿Qué vidrio irreal te aísla,

te suspende y te arrebola?

¿Si del peso de tus nubes

o de aire tenue te ahogas?

¿Si triunfas o desfalleces,

cuchicheas o alborotas,

que ya no acierta el sentido

la pauta de tus cabriolas?

¿Qué rumor de oculto río

en tus adentros borbota?

¿Qué pavor sube del blando

suelo que se desmorona?

¿Por qué las torres ladeas

y los monumentos doblas,

y eres como mar de tierra

con su vaivén y sus ondas?

¿Qué esperanza te sustenta,

consigna te corrobora,

virtud te arma, prestigio

te levanta y te corona?

Tibio te acaricia el día,

y tu pecho no reposa,

porque jadea tu aliento

a lo largo de las horas.

No duermes, no te fatigas:

en la noche fría bogas,

y de tu noche en el seno

laten las locomotoras.

México, 1938.—VS. RA.

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