La originalidad. Por Alfonso Reyes

Se nos dice que una de las ideas motrices del Romanticismo fue la preocupación por la originalidad, entendida como fin en sí, como meta directa… ¡y es un by-product!

Aunque tal angustia hace crisis en los extremosos, tanto que todos acaban por resultar triviales, habría que meditar mucho la sentencia de un maestro ultra, Lautréamont, quien dice que el milagro no puede ser obra individual, sino sólo colectiva. Ya lo sabíamos por el coro de sátiros, a cuya solicitud multánime aparece el dios, y funda la tragedia.

De donde, por largo rodeo, la teoría de la «pintura al collage» de Aragón. Tal teoría es aplicable a las letras, sobre todo en las apariciones o milagros. No escribimos entre todos el Quijote, claro es —aunque si en mucha parte—; pero, en cambio, la Ilíada… ¡Alto! Este ejemplo nos corrige y da a la idea su propio dibujo. Homero combina y organiza, pero es uno. No entendamos groseramente la doctrina. No se trata de collage, sino de absorción, digestión, refundición de los temas tradicionales. Toda creación es re-creación y recreación.

Alfonso Reyes, «La originalidad», De viva voz, Obras completas VIII, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pág. 207

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