I
NOCTURNA PERSUASIÓN
CUANDO, entre burlas y veras,
suelta la noche sus gatos
¿qué conquista se propone,
qué batallas ni qué asaltos?
¿Qué se propone la flor
cuando, retorcido el tallo,
se ahoga de respirar
con todo el cuello alargado?
¿Qué la estrella, cuando deja
traslucir por el nublado
aquel malicioso guiño
como amor disimulado?
¿Pues la vela, cuando trae,
cóncava, el aire robado,
con el cordaje más tenso
que el clavecino templado?
¿El pájaro, que se olvida
en lo más hondo del ramo?
¿Y todo esto que vive,
y que vive de regalo?
¡Y tú que me defendías
a qué te sigo adorando,
ociosamente rendido,
sin porqué, cómo ni cuándo!
Que te lo diga el vaivén
del aire que resollamos,
el torrente de la sangre,
goce y dolor derramados;
el afán de los sentidos,
el coraje y el desánimo,
y toda esa cuenta larga
de virtudes y pecados.
Entre la hacendosa noche
rasga Penélope el manto,
sin acertar a saber
por qué lo está labrando.
La gracia se da de gracia,
y el amor, tan porfiado,
anda buscando razones,
sin ver que las busca andando.
Rueda, imantada, la luna
encima de los tejados.
Se apaga tu luz. Yo espero.
Yo espero, y pasan los años
¡tan callando!
II
PERSUASIÓN MATINAL
AURA del cielo mejor,
aroma de madrugada:
¿por qué terrazas del tiempo,
por qué balcones del alma,
por cuáles abras del aire,
con qué aliento, con qué alas
respiras hasta mi frente,
corres hasta mis entrañas,
invades mi pensamiento,
me rindes y me levantas,
aura del cielo mejor,
aroma de madrugada?
Por las faldas recogidas
de la materna montaña,
juegan las nubes rollizas,
apenas ruborizadas.
El cerro carga en el hombro
una vibradora lanza.
Manto de dulce carmín
le cuelga por las espaldas.
Y abajo revuelve el mar
leche y sangre, acero y plata,
retumbando entre retozos
de espuma desordenada.
Aura del cielo mejor,
aroma de madrugada:
confuso vuelo de ángeles
caído de tu ventana;
canción que brotó de ti
cuando no decías nada;
piedad en que me arropaste
con la paz de tu mirada;
caliente gota de alivio
que llovió de tus pestañas.
Aquí se rindió la voz
y enmudeció la palabra.
¡Vuela, pensamiento, y dile
que calle y no diga nada:
aura del cielo mejor,
aroma de madrugada!
III
PERSUASIÓN DEL MEDIODÍA
ESTE tórrido elemento
¿es aire o es sentimiento?
Es aire, sin duda, porque
laten los árboles, como
las fieras domesticadas
con una mano en el lomo.
Aire es que se evapora
humedeciendo los poros,
tostando tu piel desnuda
con vagos vahos de oro.
¡Aire que colma el resuello
y desaltera el ahogo;
aire que cierra y ataca
con sus batallones rojos,
con bayonetas de fuego
y a paso de carga y todo!
Este tórrido elemento
¿es aire o es sentimiento?
Porque fluye por las venas,
dulce veneno miedoso,
golpeando el corazón
su galope de siroco.
Es, entonces, sentimiento
que se anda fingiendo loco,
mirando si se insinúa,
a ver cuándo y a ver cómo.
Es sentimiento sin duda,
que está limando el cerrojo,
ladrón deshecho en las ondas
y lumbres del meteoro,
hijo fiel del mediodía,
dulce veneno miedoso.
Este tórrido elemento
es aire y es sentimiento.
Rompe y funde los metales,
rinde murallas y estorbos,
derrumba la pesadumbre
de bastiones cautelosos,
hunde puertas con el puño,
alza puentes con el hombro,
avasalla voluntades
en su pánico gozoso…
Y entre el circo de los montes,
bajo el azote del trópico,
diminutos en el orbe
que los enmadeja todos,
se enlazan sobre la arena
Eva y Adán, temblorosos.
IV
PERSUASIÓN DEL CREPÚSCULO
TODA la tarde es cobijo,
toda la luz es fantasma.
Gorgoritean los cántaros
y se arrima la cayada.
No hay más rumor en los ámbitos
que el cuchicheo del agua.
Ya todo se dijo y ya
se durmieron las palabras.
Ya todo se hizo y ya
lanza el lucero su barca,
sesgo bogador del sueño,
camino de la esperanza.
¡A ver cómo se entretejen
la tarde con la mañana!
A ver qué noche discurren
donde rendir sus espadas.
A ver qué regazo buscan
para calentar su alianza.
¡A ver dónde refugiamos
tanta fatiga lograda,
tanto vencido arrebato
de pasiones y de almas!
¡A ver cómo procuramos
que ya no se mueva nada,
prenda y lujo de mi hombro,
fiel cabeza, dulce carga!
Como que se pára el día,
como que el tiempo se alarga,
como que en los corazones
las eternidades cantan.
Como que la paz te inunda
los ojos por donde mana,
y te rezuma del seno
una delicia callada.
¡Envidia del calosfrío
que te escurre por la espalda!
¡Envidia de las dos manos
que se juntan y se ensamblan!
¡Envidia de las palomas
entre tus brazos cunadas!
¡Envidia del mismo suelo,
porque lo pisas descalza!
¡Ternura del cuerpecito
que gemía y que temblaba!
¡Lástima de las violetas
a tanto afán estrujadas!
¡De los arrugados pétalos
y de los pimpollos, lástima!
Pero cunde por el aire
una gloria fatigada,
grave de germinaciones
y de pólenes cargada.
Besa la frente, y las sienes
acaricia con su ala,
y endulza el sabor del tiempo
al tiempo que se desmaya.
Yo no lo puedo decir,
sé muy poco, no sé nada:
es mejor que lo confíe
a las sombras sosegadas,
a las antenas del tacto,
al silencio, a la mirada.
¡Vuela, pensamiento, y díle
que calle y no diga nada!
Río de Janeiro, 10 de julio, 1938.—AP. RA. VS.