Persuasión en verso. Por Alfonso Reyes

I

NOCTURNA PERSUASIÓN

CUANDO, entre burlas y veras,

suelta la noche sus gatos

¿qué conquista se propone,

qué batallas ni qué asaltos?

 

¿Qué se propone la flor

cuando, retorcido el tallo,

se ahoga de respirar

con todo el cuello alargado?

 

¿Qué la estrella, cuando deja

traslucir por el nublado

aquel malicioso guiño

como amor disimulado?

 

¿Pues la vela, cuando trae,

cóncava, el aire robado,

con el cordaje más tenso

que el clavecino templado?

 

¿El pájaro, que se olvida

en lo más hondo del ramo?

¿Y todo esto que vive,

y que vive de regalo?

 

¡Y tú que me defendías

a qué te sigo adorando,

ociosamente rendido,

sin porqué, cómo ni cuándo!

 

Que te lo diga el vaivén

del aire que resollamos,

el torrente de la sangre,

goce y dolor derramados;

 

el afán de los sentidos,

el coraje y el desánimo,

y toda esa cuenta larga

de virtudes y pecados.

 

Entre la hacendosa noche

rasga Penélope el manto,

sin acertar a saber

por qué lo está labrando.

 

La gracia se da de gracia,

y el amor, tan porfiado,

anda buscando razones,

sin ver que las busca andando.

 

Rueda, imantada, la luna

encima de los tejados.

Se apaga tu luz. Yo espero.

Yo espero, y pasan los años

¡tan callando!

 

II

PERSUASIÓN MATINAL

AURA del cielo mejor,

aroma de madrugada:

¿por qué terrazas del tiempo,

por qué balcones del alma,

por cuáles abras del aire,

con qué aliento, con qué alas

respiras hasta mi frente,

corres hasta mis entrañas,

invades mi pensamiento,

me rindes y me levantas,

aura del cielo mejor,

aroma de madrugada?

 

Por las faldas recogidas

de la materna montaña,

juegan las nubes rollizas,

apenas ruborizadas.

El cerro carga en el hombro

una vibradora lanza.

Manto de dulce carmín

le cuelga por las espaldas.

Y abajo revuelve el mar

leche y sangre, acero y plata,

retumbando entre retozos

de espuma desordenada.

 

Aura del cielo mejor,

aroma de madrugada:

confuso vuelo de ángeles

caído de tu ventana;

canción que brotó de ti

cuando no decías nada;

piedad en que me arropaste

con la paz de tu mirada;

caliente gota de alivio

que llovió de tus pestañas.

Aquí se rindió la voz

y enmudeció la palabra.

¡Vuela, pensamiento, y dile

que calle y no diga nada:

aura del cielo mejor,

aroma de madrugada!

 

III

PERSUASIÓN DEL MEDIODÍA

ESTE tórrido elemento

¿es aire o es sentimiento?

 

Es aire, sin duda, porque

laten los árboles, como

las fieras domesticadas

con una mano en el lomo.

Aire es que se evapora

humedeciendo los poros,

tostando tu piel desnuda

con vagos vahos de oro.

¡Aire que colma el resuello

y desaltera el ahogo;

aire que cierra y ataca

con sus batallones rojos,

con bayonetas de fuego

y a paso de carga y todo!

 

Este tórrido elemento

¿es aire o es sentimiento?

 

Porque fluye por las venas,

dulce veneno miedoso,

golpeando el corazón

su galope de siroco.

Es, entonces, sentimiento

que se anda fingiendo loco,

mirando si se insinúa,

a ver cuándo y a ver cómo.

Es sentimiento sin duda,

que está limando el cerrojo,

ladrón deshecho en las ondas

y lumbres del meteoro,

hijo fiel del mediodía,

dulce veneno miedoso.

 

Este tórrido elemento

es aire y es sentimiento.

 

Rompe y funde los metales,

rinde murallas y estorbos,

derrumba la pesadumbre

de bastiones cautelosos,

hunde puertas con el puño,

alza puentes con el hombro,

avasalla voluntades

en su pánico gozoso…

Y entre el circo de los montes,

bajo el azote del trópico,

diminutos en el orbe

que los enmadeja todos,

se enlazan sobre la arena

Eva y Adán, temblorosos.

 

IV

PERSUASIÓN DEL CREPÚSCULO

TODA la tarde es cobijo,

toda la luz es fantasma.

Gorgoritean los cántaros

y se arrima la cayada.

No hay más rumor en los ámbitos

que el cuchicheo del agua.

Ya todo se dijo y ya

se durmieron las palabras.

Ya todo se hizo y ya

lanza el lucero su barca,

sesgo bogador del sueño,

camino de la esperanza.

 

¡A ver cómo se entretejen

la tarde con la mañana!

A ver qué noche discurren

donde rendir sus espadas.

A ver qué regazo buscan

para calentar su alianza.

¡A ver dónde refugiamos

tanta fatiga lograda,

tanto vencido arrebato

de pasiones y de almas!

¡A ver cómo procuramos

que ya no se mueva nada,

prenda y lujo de mi hombro,

fiel cabeza, dulce carga!

 

Como que se pára el día,

como que el tiempo se alarga,

como que en los corazones

las eternidades cantan.

Como que la paz te inunda

los ojos por donde mana,

y te rezuma del seno

una delicia callada.

 

¡Envidia del calosfrío

que te escurre por la espalda!

¡Envidia de las dos manos

que se juntan y se ensamblan!

¡Envidia de las palomas

entre tus brazos cunadas!

¡Envidia del mismo suelo,

porque lo pisas descalza!

¡Ternura del cuerpecito

que gemía y que temblaba!

¡Lástima de las violetas

a tanto afán estrujadas!

¡De los arrugados pétalos

y de los pimpollos, lástima!

 

Pero cunde por el aire

una gloria fatigada,

grave de germinaciones

y de pólenes cargada.

Besa la frente, y las sienes

acaricia con su ala,

y endulza el sabor del tiempo

al tiempo que se desmaya.

 

Yo no lo puedo decir,

sé muy poco, no sé nada:

es mejor que lo confíe

a las sombras sosegadas,

a las antenas del tacto,

al silencio, a la mirada.

¡Vuela, pensamiento, y díle

que calle y no diga nada!

 

Río de Janeiro, 10 de julio, 1938.—AP. RA. VS.

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