Sor Juana. Por Alfonso Reyes

LA NUEVA ESPAÑA del siglo XVII dio dos grandes nombres a las letras: el comediógrafo Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, harto conocido por estar incorporado a la historia de la comedia española, y la llamada Décima Musa Mexicana, Sor Juana Inés de la Cruz, que puede considerarse, al menos, como el nombre más importante de las letras hispánicas durante el reinado de Carlos II. Su figura tiene cierta actualidad a la vez social y humanística, pues mientras por una parte se estudia activamente su obra —y hasta el alcance de su misticismo— en el mundo sabio, lo mismo en México que en los Estados Unidos o en Alemania, por otra parte puede considerársela a justo título como precursora del feminismo americano, en cuanto ella significa una rebeldía contra el estado de ignorancia que afligía generalmente a la mujer en nuestras viejas sociedades coloniales.

En su vida se aprecia una evolución desde lo mundano y cortesano hasta la más pura caridad. Su carácter propio resalta si se la compara con otro gran nombre femenino de las letras hispánicas, más excelso sin duda: el de Santa Teresa. En su vida se pueden señalar cuatro etapas: 1º la infancia, en que descuellan la precocidad casi anormal de Juana de Asbaje y su esfuerzo de autodidactismo, su desordenado afán de saber, allá en su humilde pueblecito nativo; 2º su segunda infancia y su adolescencia en México, donde pronto alcanza un saber que confunde a las academias de doctos; donde su fama hace de ella una celebridad cortesana y le atrae las importunidades de los galanteadores en la fastuosa corte virreinal, lo que la decide a entrar al claustro, para salvar su vocación de estudiosa; 3° su vida de estudiosa en el convento, y la lucha entre la vocación puramente literaria y la vocación religiosa; 4º la última etapa, en que Sor Juana sacrifica todo a la caridad, incluso sus libros y sus aficiones personales, y muere curando a sus hermanas, contaminada de una epidemia que asolaba a la población.

Con las propias palabras de la monja, que mucho escribió sobre sí misma, y con ayuda de otros testimonios contemporáneos, se puede seguir el sesgo de esta evolución, marcando su relieve distintivo en cada una de las etapas. Lo más notable en esta vida es el afán casi heroico con que luchaba por llegar al pleno conocimiento de las cosas divinas y humanas. Fue fecunda y elegante poetisa, erudita y sensible a un tiempo, contaminada —como era de esperarse en su época— de conceptismo y de gongorismo. Es autora de aquellas célebres redondillas:

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
. . . . . . . . . . . . 
¿Pues para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Noviembre de 1954.

Alfonso Reyes. Sor Juana, «Las burlas veras. Primer ciento», Obras completas XXII, Fondo de Cultura Económica, México, 1989, págs. 478-479.

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