Palabras sobre el humanismo. Por Alfonso Reyes

A MUCHAS cosas se ha llamado humanismo. En el sentido más lato, el término abarca todo lo humano, y por aquí, el conjunto del mundo, que al fin y a la postre sólo percibimos como una función humana y a través de nosotros mismos. Como todas las nociones demasiado amplias, esta explicación, sin ser verdadera ni falsa, no explica nada, no aprovecha o, como se dice en portugués, “no adelanta”. En el sentido más estrecho, el término suele reducirse al estudio y práctica de las disciplinas lingüísticas y las literarias, lo cual restringe demasiado el concepto y no señala con nitidez suficiente su orientación definitiva. En el sentido más equívoco se ha llegado a confundir el humanismo con el humanitarismo, especie filantrópica que nos lleva a terrenos muy diferentes. Cierto escritor, que precisamente acababa de publicar un libro sobre el humanismo, me dijo que él no era humanista porque, si en un viaje por mar veía caerse por la borda a un pasajero insignificante y, a la vez, un cuadro de Velázquez, preferiría arrojarse al agua para salvar el cuadro y no al pasajero. Después de esto, yo ya no vi el objeto de leer su libro.

En aquel proceso de reeducación que, durante la Edad Media, sucedió a la sumersión de Europa por los bárbaros, se llamó “humanidades” a los estudios consagrados a la tradición grecolatina. Mediante ellos se procuraba modelar otra vez al hombre civilizado, al hombre. Y no sin una grave conciencia de la responsabilidad, por cierto: tal vez se oye decir a un austero doctor medieval que quienes están profesionahnente obligados a la frecuentación de los autores gentiles deben cuidarse mucho de que con ello no padezca su alma.

Durante el Renacimiento, el humanismo procura contemplar el pensamiento teológico, y más de una vez rompe el cuadro férreo en que éste llegó a encerrar la educación. Pues el hombre como ser terrestre merecía un sitio junto al hombre entendido como criatura divina. Esta actitud naturalista asumió, en ocasiones, la forma de una polémica entre el laico y el religioso y hasta se extremó en alardes de neopaganismo artificial. En La vida es sueño, de Calderón, tan teólogo como poeta, todavía se recogen los ecos del diálogo entre la dignidad natural y la dignidad sobrenatural del hombre.

De modo general, el humanismo se mantiene como agencia útil y progresista. Recomienda el uso de la preciosa razón frente a los bajos arrestos del instinto y de la pura animalidad. Propone el ideal del homo sapiens, el hombre como sujeto de sabiduría humana.

Sobreviene luego el desenvolvimiento de las ciencias positivas. Éstas insisten en el homo faber, el hombre como dueño de técnicas para dominar el mundo físico. Y un buen día, el humanismo aparece, por eso, como un vago y atrasado espiritualismo.

Semejante confusión se aclara fácilmente: más que en el cuerpo cambiante de conocimientos determinados, el humanismo se ocupa en las características estables del hombre, características que tales conocimientos meramente atraviesan dejando en ellas sus depósitos. Y así, hasta los libreros saben que las bibliotecas privadas de los humanistas conservan mejor su precio con los años que las de los hombres científicos.

Por de contado que ambos puntos de vista, el de la ciencia positiva y el del humanismo, se concilian en la armoniosa cultura. También, en principio, siempre es dable conciliarlos con el sentimiento religioso, a pesar de los desvíos históricos a uno y a otro extremo. ¿Por qué ha de haber siempre reyertas para disputarse la codiciada presa que es la educación humana? La disputa entre el humanismo y la ciencia, o entre el sentir laico y el religioso, continuarán aquí, con nuevos acentos, la disputa abierta en la Antigüedad entre la filosofía y la retórica.

Max Scheler predice la futura y deseable integración de los tres órdenes del saber que él enumera: 1) el saber de salvación, ejemplificado con la India; 2) el saber de cultura, ejemplificado con China y Grecia; 3) el saber de técnica, ejemplificado con el Occidente moderno.**

Hoy el humanismo no es, pues, un cuerpo determinado de conocimientos, ni tampoco una escuela. Más que como un contenido específico, se entiende como una orientación. La orientación está en poner al servicio del bien humano todo nuestro saber y todas nuestras actividades. Para adquirir esta orientación no hace falta ser especialista en ninguna ciencia o técnica determinada, pero sí registrar sus saldos. Luego es necesario contar con una topografía general del saber y fijar su sitio a cada noción. Por lo demás, toda disciplina particular, por ser disciplina, ejercita la estrategia del conocimiento, robustece la aptitud de investigación y no estorba, antes ayuda, al viaje por el océano de las humanidades. En Aristóteles hay un naturalista; en Bergson, un biólogo; y nuestra Sor Juana Inés de la Cruz pedía a las artes musicales algunos esclarecimientos teológicos.

Y es así como se establece la conversación —tan orillada a la controversia— entre el hombre y el mundo, o, como alguna vez hemos dicho, entre el yo y el no yo, el Segis y el Mundo, que tal viene a ser el eterno soliloquio de Segismundo.

Digamos para terminar que esta función del humanismo sólo puede plenamente ejercerse y sólo fructifica sobre el suelo de la libertad: el suelo seguro. Y no sólo la libertad política —lo cual es obvio y ni siquiera admitimos discutirlo por no agraviar a quien nos lea o nos escuche rebajándolo al nivel de la deficiencia mental—, sino también la libertad del espíritu y del intelecto en el más amplio y cabal sentido, la perfecta independencia ante toda tentación o todo intento por subordinar la investigación de la verdad a cualquier otro orden de intereses que aquí, por contraste, resultarían bastardos.

México, 8-VI-1949

* “México en la Cultura”, suplemento de Novedades, México, 12 de junio de 1949, núm. 19, p. 1, con el título de “Idea elemental del humanismo”.

** Más ampliamente se había referido Reyes a esta concepción de Scheler al final de su ensayo sobre la “Posición de América” (1942), en Obras Completas XI, p. 270. (Ver www.alfonsoreyes.org)

Alfonso Reyes, «Palabras sobre el humanismo», Andrenio: perfiles del hombre, Obras Completas XXFondo de Cultura Económica, México, 1979, pp. 402-404.

 

Homero y Hesíodo. Por Alfonso Reyes

HOMERO y Hesíodo son los primeros poetas de la mitología. Heródoto, ya racionalista, pretende que la figura, el bautismo y las funciones de los dioses son obra de Homero y Hesíodo: brillante paradoja. Hoy sabemos bien que Grecia no comenzó en el siglo VIII, ni se fabrican de este modo las religiones. Homero es un “pensador de vanguardia”; Hesíodo, aunque posterior a él y aunque haya sido un justo, es un retardado. Cuando Homero ha concebido ya un panteón o conjunto de dioses panhelénico y superior a los feudalismos, un culto simplificado, una religión purgada de supersticiones, Hesíodo está lleno de pavor primitivo y de consejas vulgares. El claro jonio refleja el adelanto y el señorío de los griegos de Asia; el áspero labriego de Ascra, el atraso de las costumbres aldeanas que por entonces privaban todavía en la Grecia continental. Así se comprende el que Homero se atreviese siempre como un entreacto en la continuidad de las tradiciones religiosas de Grecia, y también el que los maestros de Grecia lo propongan como un ideal de cultura.

Entre las concepciones religiosas de ambos poetas media un abismo. El jonio pertenece a una sociedad principesca con la cual vive satisfecho: mundo penetrado de cielo y mar, de caballeros sin mucho arraigo popular, que desoyen ciertas tradiciones de la tierra o las consideran con una sonrisa tolerante. Su Grecia arcaica está ya muy cerca de la clásica y la supera en algo. Sus divinidades aparecen ya bien definidas y desligadas del terruño. Su panteón o conjunto de dioses es ya una entidad helénica superior a los regionalismos y encaminada a las futuras creencias oficiales, a lo que suele llamarse “el legalismo olímpico”. Nos muestra una única religión de jefes y reyes, no la del pueblo. Junto a los silvestres Dióniso y Deméter, pasa de largo. Sus cultos son simplificados y abstractos, desdeñosos de circunstancias menores. Calla sobre la purificación del homicida y sustituye la vendetta por la indemnización, la romántica por la jurídica. No entiende que se implore a los muertos, ni siquiera a los héroes (héroes, seres mitológicos, no los héroes en el sentido moderno), sino solamente a los dioses, como conviene a una religión aséptica. Ignora la mántica inspirada, que más tarde hará la celebridad de Delfos; calla sobre los grandes festivales sagrados y aun sobre la consulta de los difuntos en los verdaderos centros oraculares (pues la visita de Odiseo al otro mundo acontece en un país fabuloso que Homero llama el sombrío país de los cimerios para de algún modo llamarle). Nada dice sobre la guirnalda del oficiante o la aspersión del altar con sangre del animal sacrificado, todo lo cual parece tener a sus ojos un aire de vulgaridad infantil. Su siglo VIII, el siglo en que vive, queda escamoteado en un siglo XII algo nebuloso y etéreo, el siglo que canta y al que ha dirigido su mirada trascendental de “ciego”. Pese a sus arcaísmos artificiosos y a sus involuntarios anacronismos, no nos permite reconstruir cabalmente una ni otra época, y menos figurarnos el tránsito. Los arqueólogos poco a poco han comenzado a completar aquel cuadro, hasta hoy en retazos, y cuando se acabe el desciframiento de las inscripciones cretenses, se habrá levantado el telón.

Por su parte, el áspero labriego de Ascra, el genealogista de los dioses, que enmarafió todas las leyendas para crear un sistema de mitología, está lleno de sufrimiento y de pavor primitivo. Clama contra las iniquidades y se indigna como los Profetas. Recoge candorosamente las humildes supersticiones y no retrocede ante el horror de su Génesis. En su angustia política, hasta pretende, trasladando al cielo las nuevas inquietudes sociales, que Zeus, tras la victoria contra los Titanes, sea un monarca electo. Tal vez prefiramos el Olimpo homérico, de soberanía divina. Una es la tierra, otro es el cielo. ¿Las leyes universales sujetas al voto electoral? Eso se queda para nosotros, los humanos, no para el gobierno del universo. Ante los mitos sanguinarios y espantables de Hesíodo, no podemos menos de agradecer a Homero el haber labrado sus mitos en oro y en marfil, para alivio de la fantasía humana. Gilbert Murray emprendió hace años un examen sobre la depuración del mito en Homero. Sea una modesta contribución:

La Nereida Tetis echaba invariablemente al fuego a sus criaturas. Como inmortal, no soportaba la idea de concebir hijos mortales. Su esposo, el mortal Peleo, logró salvar de sus garras al indefenso niño Aquiles. De aquella funesta historia ¿qué ha quedado en Homero? Sólo estas palabras de perfecta decencia, llenas de ternura maternal, con que Tetis contesta —en mi traducción— a las imploraciones de Aquiles:

¿Te di a luz en aciaga hora, criatura mía?
¡Viérate en paz tus naves sereno gobernando,
sin que nublase el lloro tus efímeros días!
Mas tu vida es muy breve, tu sino el más nefando;
fue funesto engendrarte en casa de Peleo.*

Las colonias asiáticas en que se ha formado la mentalidad de Homero han visto nacer el racionalismo. Los colonos se reclutaron entre hombres que se sentían responsables de su propia vida y que se lanzaron, cuchillo en mano, a las islas de los litorales y a las desembocaduras de ios ríos anatolios. Dueños del tráfico, prosperaron en el trato con las tribus interiores y con el mar. Olvidaron las tradiciones caseras, se crearon una nueva existencia. La solemnidad supersticiosa de los asiáticos no les infundió el menor respeto. Abrieron los ojos al mundo, con soma y con audacia. La Grecia materna, entretanto, continuaba las rutinas de los abuelos, y cuando aparece en la historia, tiene el aire de una graciosa provinciana y trae los cultos trasnochados. Homero refleja y traduce la “modernidad” del griego asiático. Supieron muy bien lo que hacían los maestros griegos, cuando convirtieron los Poemas Homéricos en textos escolares. Hubieran querido levantar de una vez la imaginación del pueblo heleno a la altura alcanzada por una sola de sus familias, la familia jonia.**

* Ilíada, 413-417. [En el presente volumen, p. 110.]
* * [De acuerdo con la “Noticia bibliográfica”, “El [presente] núm. 6 apareció en Vida Universitaria de Monterrey (11-111-1959)”; pero examinada la colección de esa revista aparece realmente el 18 del mismo mes y año. El error puede achacarse a errata de imprenta. Por otra parte, el boletín de la Biblioteca Alfonsina, de abril de 1959, Nº 4, p. 13, lo registra correctamente publicado en Vida Universitaria el 18 de marzo de 1959. Reyes no le puso fecha al calce ni se refiere a este trabajo en su Diario; con todo, puede fecharse sin mucho riesgo en 1959, año de su publicación. Sobre Hesíodo, véanse en estas Obras Completas, vol. XVII, pp. 265.268, y vol. XVIII, pp. 36-59, 170 y 172]

 

Alfonso Reyes, «Homero y Hesíodo», La afición de Grecia, Obras Completas XIXFondo de Cultura Económica, México, 1982, pp. 373-375 (www.alfonsoreyes.org)

Premios Bellas Artes de Literatura 2018

Convocatoria de escritores y escritoras en español o en cualquier lengua indígena mexicana a los Premios Bellas Artes de Literatura 2018

 

  • Por primera vez, tres de estos premios llevarán los nombres de las escritoras Luisa Josefina Hernández, Perla Szuchmacher y Amparo Dávila.
  • El periodo de admisión de trabajos será del 23 de febrero al 16 de abril de 2018.

La Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en coordinación con los gobiernos de los estados de Baja California, Campeche, Coahuila, Chihuahua, Durango, Michoacán, Morelos, Puebla, San Luis Potosí, Tabasco y Tlaxcala, así como con la Casa de la Cultura Ernestina Gamboa de Gómez Palacio, el Museo Francisco Cossío, el Patronato del Teatro Isauro Martínez y la Universidad de Colima, anuncian la convocatoria de los Premios Bellas Artes de Literatura 2018.

Para esta edición, la Coordinación Nacional de Literatura del INBA y las instituciones participantes han decidido un cambio de nombre a tres galardones para reconocer a las escritoras Luisa Josefina Hernández, Perla Szuchmacher y Amparo Dávila.

Otro punto importante es que para esta edición de los Premios Bellas Artes de Literatura podrán concursar trabajos en español o en cualquier lengua incluida en el Catálogo de Lenguas Indígenas Nacionales.

El periodo de admisión de trabajos será del 23 de febrero al 16 de abril de 2018.

Las bases de cada certamen pueden ser consultadas en el sitio oficial de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA: http://www.literatura.bellasartes.gob.mx.

El resultado de los premios será divulgado en la prensa nacional durante julio de este año.

Mayores informes en la Coordinación Nacional de Literatura del INBA, al teléfono 01 (55) 47 38 63 00, extensiones 6728 y 6729, o en el correo electrónico: cnl.promocion@inba.gob.mx.

Fuente: https://literatura.inba.gob.mx/5997-convocan-a-escritores-y-escritoras-en-espa%C3%B1ol-o-en-cualquier-lengua-ind%C3%ADgena-mexicana-a-los-premios-bellas-artes-de-literatura-2018.html 

Filosofía de los pueblos originarios; multiculturalismo e interculturalidad

Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, Colegio de Filosofía

Invitan al curso

FILOSOFÍA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
Imparte: Manuel Bolom Pale

jueves 22 de febrero
13:00 a 15:00 hrs.
Sala Multimedios 1
(antes sala interactiva)

Mesa redonda

MULTICULTURALISMO E INTERCULTURALIDAD

Xochitl López / Raúl Alcalá / Manuel Bolom / Ambrosio Velasco

Viernes 23 de febrero
17:00 a 19:00 hrs.
Salón de Actos

filosofc3ada-de-los-pueblos-originarios