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¿Como leer poesía? Por Gabriel Zaid

No hay receta posible. Cada lector es un mundo, cada lectura diferente. Nuevas aguas corren tras las aguas, dijo Heráclito; nadie embarca dos veces en el mismo río. Pero leer es otra forma de embarcarse: lo que pasa y corre es nuestra vida, sobre un texto inmóvil. El pasajero que desembarca es otro: ya no vuelve a leer con los mismos ojos.

La estadística, el psicoanálisis, la historia, la sociología, el estructuralismo, la glosa, la exégesis, la documentación, el estudio de las fuentes, de variantes, de influencias, el humor, el marxismo, la teología, la lingüística, la descripción, la traducción, todo puede servir para enriquecer la lectura. Un poema se deja leer de muchos modos (aunque no de cualquier modo: el texto condiciona las lecturas que admite). Y cada modo ayuda a ver esto o aquello que pone de relieve. Pero una vez que el método se convierte en receta (estadística, sociológica, psicoanalítica, semiótica, deconstructiva), restringe la lectura.

Leer de muchos modos (con los ojos que dan los métodos conocidos y los que se lleguen a inventar) puede ser otro método: el de leer por gusto.

Cuando se lee por gusto, la verdadera unidad «metodológica» está en la vida del lector que pasa, que se anima, que actúa, que se vuelve más real, gracias a la lectura.

¿Cómo leer poesía? Embarcándose. Lo que unos lectores nos digamos a otros puede ser útil, y hasta determinante. Pero lo mejor de la conversación, no es pasar tal juicio o tal receta: es compartir la animación del viaje.

Gabriel Zaid, «¿Cómo leer poesía?, Ensayos sobre poesía, El Colegio Nacional, México, 2004, pág. 111.

Ray Bradbury en el Colegio Nacional (México)

A cien años de su nacimiento, la enorme dimensión que ha tenido Ray Bradbury como escritor y a causa de sus aproximaciones a la ciencia y sus predicciones de lo que actualmente vivimos, su figura como escritor y pensador adquiere cada vez mayor relevancia. Para demostrarlo, un grupo de mujeres y hombres de ciencia y humanistas se congregarán para recordar su paso por la Tierra.

Coordina: Vicente Quirarte (Colnal).

El jueves 20 de agosto, participarán en el encuentro Ray Bradbury en El Colegio Nacional, el lingüista Luis Fernando Lara con el tema Cómo hablar con extraterrestres. El escritor Francisco Segovia desarrollará Poesía del planeta rojo. El biólogo Antonio Lazcano planteará las incógnitas ¿Marcianos?¿Extraterrestres? El geofísico Jaime Urrutia Fucugauchi,  disertará sobre Entre la ficción y la ciencia y la astrónoma Susana Lizano, hablará de Crónicas marcianas y la exploración de Marte.

El viernes 20 de agosto, el neurofisiólogo Pablo Rudomin, expondrá Fahrenheit 451 y la defensa del libro. El astrónomo Luis Felipe Rodríguez Jorge abordará  Arthur C. Clarke y Ray Bradbury. El matemático José Antonio de la Peña, analizará Los genios que vieron el futuro: Bradbury, Asimov, Dick, Clarke y otros. La escritora Gabriela Frías compartirá Entrevista con Sam Weller, biógrafo de Bradbury y el escritor Juan Villoro dictará la sesión Bradbury y Borges: la piel del tiempo.

Sobre el autor que trasciende fronteras y definiciones, hoy más vigente que nunca, como lo menciona Vicente Quirarte, el escritor argentino Jorge Luis Borges, a quien le entusiasmaron los textos El vino del estío y La feria de las tinieblas, escribió para la edición argentina de los cuentos sombríos publicados por el escritor estadounidense en el libro El país de octubre.

“¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima? Toda literatura (Me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskólnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o la novelería, de la science fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad”.

Ray Douglas Bradbury, (Waukegan, Illinois, 1920- Los Ángeles, 5 de junio, 2012), quien durante su etapa de escritor amateur, en 1941, publicó textos breves para los que utilizó ocho seudónimos diferentes, incluido el nombre de su padre Leonard Spaulding. Considerado junto a Issac Asimov y Philip K. Dick y Arthur C. Clark, uno de los titanes de la literatura fantástica y de ciencia ficción, dejó una obra poseedora de luz y oscuridad, en defensa de la sobrevivencia del alma humana.

Reconocido por títulos como Crónicas marcianasFarenheit-451, Las doradas manzanas del solEl hombre ilustradoCementerio para lunáticos, y La muerte es un asunto solitario, entre muchos más, el autor de relatos, novela, poesía y teatro, fue también coautor del guion de Moby Dick en 1953, estrenado tres años más tarde bajo la dirección de John Huston, protagonizada por Gregory Peck, Richard Basehart y Orson Welles.

Ray Bradbury en El Colegio Nacional, se transmitirá en vivo los días 20 y 21 de agosto, a las 6 pm, a través de A través de las plataformas digitales de El Colegio Nacional:

Página web: www.colnal.mx, Youtube: elcolegionacionalmx, Facebook: ColegioNacional.mx, Twitter: @ColegioNal_mx. prensa@colnal.mx

Alfonso Reyes en una nuez de Adolfo Castañón. Presentación editorial

Presentación editorial «Alfonso Reyes en una nuez. Índice consolidado de nombres propios de personas, personajes y títulos en sus Obras completas» de Adolfo Castañón.
Presentan: Juan de Dios González Ibarra, El Colegio de Morelos; Carolina Moreno Echeverry, Cátedra Alfonso Reyes en Cuernavaca; Braulio Hornedo Rocha, Universidad Virtual Alfonsina.
Modera: Ángel Cuevas, Secretaría de Turismo y Cultura de Morelos.
Miércoles 20 de febrero de 2019, 17:00 horas.
Sala Manuel M. Ponce del Centro Cultural Jardín Borda
Av. Morelos 271, Centro, Cuernavaca, Morelos
Entrada libre

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Fábula de los lectores reales. Por Alfonso Reyes

ÉSTE era un rey de Francia, por los días del Renacimiento, gran mecenas de las artes y de las letras, poeta él mismo, que se llamó Francisco I. Con él podían tratar de tú a tú los humanistas y sabios de la época, como Guillaume Budé, a quienes tenía por consejeros y amigos. A él se debe la institución de los “lectores reales”, institución que daría origen al Colegio de Francia. Esta ilustre casa de estudios vive aún en plena gloria y ha sido, más o menos, el modelo del Colegio Nacional creado en México hace diez años, para bien de nuestra cultura, por inspiración, sobre todo, del inolvidable Antonio Caso.

Entre los hechos más señalados del Renacimiento francés, ninguno iguala en trascendencia a la fundación del Colegio de Francia, el cual ejerció influjo profundísimo en la vida intelectual de Europa, mediante ese su nuevo régimen de enseñanza que Rabelais ha pintado en la carta de Gargantúa a Pantagruel:

“Hoy el mundo está lleno de sabios, preceptores muy doctos y muy abundantes bibliotecas.”

Hay que recordar, para ser justos, que el rey Francisco I, prisionero en España, había podido observar de cerca la admirable Universidad de Alcalá, obra del Cardenal Cisneros. El rey no olvidaría nunca la impresión entonces recibida, y por muchos años estuvo acariciando el proyecto de corregir en algún modo las ya lamentables deficiencias de la Sorbona.

En efecto, hacia el primer tercio del siglo XVI la Universidad de París, la inmortal Sorbona, padecía una de esas crisis que son meros reflejos de la desazón general. Sus enseñanzas, ya exangües y rutinarias, no acompañaban ni con mucho el ansia de renovación. Las luces que, de Italia, se difundían al resto del Occidente y derramaban por todas partes los tesoros de la antigua sabiduría, no lograban penetrar las densas nubes de la escolástica tradicional en que se envolvía la Sorbona. La Universidad, de espalda al tiempo, olvidaba su hermoso pasado y su misma razón de ser.

FranciscoIReyes

Pues ¿no llegó la Universidad a considerar con malos ojos el que la regia voluntad de Francisco I creara un cuerpo de profesores para enseñar el latín, el griego y el hebreo? Aun persiguió a algunos de estos profesores, acusándolos de entregarse a los pecaminosos contactos con la cultura pagana, y especialmente, de contaminarse con la herejía de los reformistas o luteranos, por el empeño de acercarse al texto de los Evangelios según el criterio científico.

Pero estos catedráticos de humanismo —los lectores reales— habían echado a andar una poderosa máquina que ya nadie lograría detener. Ellos contaban con el favor real, cierto; aunque hay que entender lo que eso significa. No todo fue para ellos vida y dulzura; no se crea que su magna obra ignoró el dolor y el sacrificio: al contrario.

Ya, diez años antes de nombrar a sus lectores reales, Francisco I había hecho un bosquejo de sus vastos planes, encomendando al erudito Juan Láscaris, de Milán, un curso de griego para una docena de estudiantes. ¿Y en qué paró este ensayo? Láscaris, mientras pudo, tuvo que sostener de su propio bolsillo aquella cátedra singular, sin recibir del rey más que ofrecimientos y buenas palabras. A los dos años, Láscaris se vio obligado a cerrar sus puertas.

Las preocupaciones políticas y militares, el malestar moral que pesaba sobre Francia, los progresos de la Reforma y, para colmo, el golpe teatral que vino a ser la derrota de Pavía hicieron que Francisco I abandonara por unos años sus sueños de cultura. Finalmente, le fue dable nombrar a sus lectores reales hacia 1530.

Pero véase la situación de estos campeones renacentistas. Desde luego, la Sorbona los perseguía con sus rayos y fulminaciones. El ambiente estaba tan cargado, que aun haría víctima del encono religioso y arrancaría algunos gritos de combate a un poeta cortesano como Clement Marot, nacido para la dulzura. En la práctica, los programas de lenguas clásicas y orientales resultaron realmente excesivos, y hubo quienes diesen lecciones durante cuatro y cinco horas diarias. Los cursos se diseminaban por varios sitios de París, pues los lectores reales aún carecían de inmueble propio y acudían a la hospitalidad de cinco o seis colegios que se escalonaban por la montaña de Santa Genoveva. Las salas eran muy exiguas para los numerosos auditorios, y algunos maestros tuvieron que profesar al aire libre. En teoría, y sólo en teoría, se les concedió una asignación de 450 libras al año; pero si el rey otorgaba generosamente estas subvenciones nominales, la Administración de Finanzas no podía pagarlas. Así, los salarios correspondientes al año de 1531 sólo se pudieron cobrar en 1533.

Cuando se ausentaba de París el Cardenal Du Bellay, los pobres lectores reales, faltos de valedor, se encontraban en tan aflictivas condiciones que Jacques Toussaint y François Vatable le escribían diciéndole sin ambages: “Nos dejan perecer de hambre”. Y le contaban también que el colega Jean Stracel había debido interrumpir los cursos e irse a su tierra natal de Flandes para allá juntar, entre sus parientes, algún dinero que le permitiera mantener su situación en París… Tales fueron los humildes orígenes del Colegio de Francia.

Moraleja: ¿ Será necesario repetir que en todas partes cuecen habas?*

III-1953

* Cadena “Informaciones de México”.

Alfonso Reyes, «Fábula de los lectores reales», A campo traviesa,  Obras Completas XXIFondo de Cultura Económica, México, 1981, pp. 426-429.

 

 

¿Es sexista la lengua española? | ECN en la FIL Guadalajara | Concepción Company Company

Conferencia: ¿Es sexista la lengua española?

Participa: Concepción Company Company

Modera: Sayri Karp Mitastein

¿El lenguaje incluyente ayuda a evitar la discriminación? ¿Desdoblar en femenino y masculino todas las formas en que es posible hacer tal desdoblamiento aminora la discriminación? ¿El denominado “lenguaje incluyente” aminora o evita la discriminación? La respuesta es no. El problema del sexismo en la lengua tiene como trasfondo una compleja dialéctica entre lengua, hablante y sociedad. Esta charla partirá de una definición de lengua y de gramática, e intentará mostrar con ejemplos muy claros de la vida cotidiana que la lengua es un repositorio histórico de hábitos y de rutinas lingüísticas, y que la arbitrariedad del signo lingüístico es un hecho convencional y económico, además de ser rasgo definitorio de la gramática. Alterar la historia y la arbitrariedad de una lengua no aminora la discriminación y sí genera gran ambigüedad comunicativa.