Ya no pedirás albricias,
mitad del conocimiento,
que te hice de cristal
para siempre.
Ya verás, mitad del día;
ya verás, mitad del tiempo,
lo que vale ser recuerdo
para siempre.
A la gala de la luz,
y a la noche no,
fija en acciones volcadas,
aquí te sujeto yo.
Con tres compases de santa,
de santa sin resplandor,
bajaste de la peana,
que es el milagro mayor.
Hoy te adoran las sandalias
que aplastas con el talón;
te adoran los candeleros
que tiemblan en el salón,
y hasta la forma del aire,
en el hueco que dejaste,
donde se cuajó tu vida
para siempre.
Ya no corres ni te vas:
te matamos, te maté.
—Y vosotras, a soñar
sin decir palabra,
que las estrellas nacieron
para estar calladas.
Río de Janeiro, 1934.—OV.
Alfonso Reyes, Obras completas X, Constancia poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 133-134.