PADRE Alfonso, Padre Alfonso,
te diré lo que sabía,
que muchas cosas suceden
sin que nadie las impida.
Pues hete que los políticos
andan a la rebatiña
porque dicen que no dicen
lo que dicen que decían.
Hete que casi revientan
de embustes los periodistas,
y no hay respeto al decoro
de vecinos y vecinas.
Hete que anhelar la paz
resulta cosa dañina,
y el bien social se revuelve
entre no sé qué malicias.
Hete que los mozalbetes
la gramática descuidan
y se vuelven escritores
por artes de brujería.
Ayer, cuando yo era mozo,
las cosas eran distintas,
que aunque siempre ha habido fraudes
y siempre hubo mentiras,
ayer el mal cabalgaba
a caballo o en berlina,
en bicicleta a lo más,
nunca en máquina más viva,
y hoy el mal circula en auto,
en aeroplano camina,
anda en cohete de chorro
y en radio se comunica.
Éramos ayer tan cándidos
como la virtud quería;
hoy no, que vivimos en el tiempo
de Protrombina.
Padre Alfonso, Padre Alfonso,
tú que los libros practicas,
ayúdame a descifrar
esta nueva algarabía;
tú que al bien te has consagrado,
bríndame la medicina
para llevar con paciencia
tanto enredo y tanta insidia;
tú que, sin darlas de santo,
en la gracia te iluminas,
mándame un rayo furtivo
que me encienda una sonrisa.
Ayer yo miré con soma
lo que hoy contemplo con ira,
tal vez porque los resortes
se me han gastado en la lidia.
La consabida “inquietud
de la época” me irrita,
porque me parece sandia,
por Dios, esta consabida
inquietud; y el “dinamismo”
y toda la bobería
moderna sólo han logrado
sacarme de mis casillas.
Ayer tanto disparate
la verdad, me divertía,
aunque eran tiempos mejores
que daban tiempo a la risa,
daban tiempo a los solaces
y a las doctas disciplinas,
a las sabrosas lecturas,
a las charlas divertidas.
Hoy el tiempo, Padre Alfonso,
es otro, es tiempo de cuita,
porque hoy vivimos en
el tiempo de Protrombina.