Hermes o de la comunicación humana (fragmento). Por Alfonso Reyes

V

Signo: fenómeno sensible o significante que evoca otro fenómeno no sensible o significado, mediante una relación convencional entre ambos o significación. Esta liga significativa puede ser de causa a efecto (pólvora y explosión, vergüenza y sonrojo); de medio a fin (brújula y navegación); de semejanza (original y retrato); de contigüidad habitual, sea por naturaleza o por convención (golondrina y verano, palabra y pensamiento, bandera y nación); de analogía (balanza y justicia), etcétera. El signo puede considerarse desde el punto de vista objetivo (por la armonía que se supone entre las cosas del universo), o desde el punto de vista subjetivo (caso particular de la asociación de ideas o del razonamiento, por donde se llega a pensar que un signo no sólo “sugiere”, sino “prueba” su objeto). El signo auditivo, inarticulado o articulado, crea el estilo oral. El visible, si gesto o ademán, crea el estilo mímico. Si es auxiliar, con objetos distintos de nuestro cuerpo, es el verdadero signo a que ahora quiero referirme.

Signo es el hito que marca una frontera en el suelo. Signo, el distintivo de una categoría social. Signos, los nudos que el mensajero salvaje hace en una cuerda, o las muescas que marca en un bastoncillo con el cuchillo. Tantos nudos o tantas muescas como encargos, o partes en que su mente ha dividido un encargo. Extraordinario esfuerzo de memoria simbólica, difícil para un civilizado: sustitución de un contenido cualitativo por una enumeración cuantitativa. Signo también, aquella llamada de atención que hoy es frase hecha (“un nudo en el pañuelo”), para acordarse de que hay que acordarse de algo: abstracto estímulo fenomenológico. Y todo ello, suerte de lenguaje sin lengua; regreso, en cierto modo, a un estilo manual, aunque ahora no como mímica, sino como apoyo —apoyo matemático— del discurso.

Cuenta Herodoto que Darío, al cruzar el Ester, dejó a su retaguardia jonia cuidando un puente, con orden de esperar su regreso cierto número de días, al cabo de los cuales podían darlo por perdido, cortar el puente y regresar a sus bases. A este fin, les entregó una correa con tantos nudos como días contaba el plazo de espera. Aquí el uso de los nudos era un signo aritmético inmediato, era la aplicación del mismo principio que Robinson aplicaba en su isla, o el del preso que marca con rayas en el muro los días de su cautiverio. No así en los quipos peruanos, rama horizontal con lazos de distintos colores y anudados de diverso modo, en que los lazos representan una verdadera inscripción y se descifran como una clave. Primero se les empleó para contar, y luego se desarrollaron al punto de comunicar decretos enteros.

Lo propio acontece con el “wampum”, sartas de conchas de los hurones o iroqueses. La barra con muescas suele otras veces significar cómputos aritméticos,el monto de una deuda y la fecha de su cumplimiento; y partida longitudinalmente en dos, constituye un par de documentos, uno para el acreedor y otro para el deudor, que reunidos nuevamente en uno verifican, por coincidencia de ranuras, la autenticidad del convenio.

El signo más elemental es el objeto que por sí mismo se aplica a la acción sugerida: un hacha, la guerra; una pipa cargada, la paz, la conversación amigable. Menos claro ya aquel mensaje de los escitas a los persas: un ave, un ratón, una rana y cinco flechas; lo cual aparentemente significaba (pues otros lo entendieron como un mensaje de sumisión): “No intente combatirnos quien no sea capaz de remontarse como el pájaro, esconderse bajo tierra como el ratón o cruzar los pantanos como la rana, porque lo aniquilaremos con nuestras flechas.” Cuando estos mensajes no consisten ya en el objeto, sino en la pintura del objeto, comienza el jeroglifo.

Alfonso Reyes, «Hermes o de la comunicación humana», Obras completas XIV, FCE, México, 1997, pp. 29-31.

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