¿En qué rincón del tiempo nos aguardas, desde qué pliegue de la luz nos miras? ¿Adónde estás, varón de siete llagas, sangre manando en la mitad del día? Febrero de Caín y de metralla: humean los cadáveres en pila. Los estribos y riendas olvidabas y, Cristo militar, te nos morías... Desde entonces mi noche tiene voces, huésped mi soledad, gusto mi llanto. Y si seguí viviendo desde entonces es porque en mí te llevo, en mí te salvo, y me hago adelantar como a empellones, en el afán de poseerte tanto. Río de Janeiro, 24 de diciembre, 1932.-VS
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Retrato de Alfonso Reyes. Por Carlos Pellicer
I
La palabra a la mano y en la mano
toda la flor de la sabiduría.
Era un bosque y hablaba como el día;
noche de lucidez tuvo su arcano .
Fue como un príncipe republicano;
un diamante de toda garantía.
Un diamante engarzado en la alegría
de tener siempre cerca lo lejano.
Si de la Poesía los confines
alcanzó, los antiguos paladines
le vieron junto al mar armando el viaje
que entre sirenas y constelaciones
colocó, a la manera de un paisaje
lleno de misteriosas relaciones.
II
En el espacio de una perla, cabe;
es todo el mar y sólo es una gota.
Escribe con ternura de gaviota
Poniéndole la sal a su jarabe.
Hay un rincón en el que todo cabe:
el arpa abandonada y lo que brota
de tanta soledad. De odio, ni jota.
Nada que la armonía menoscabe
Si con los ojos la palabra hechiza
y sonríe al mirar, su voz maciza
de pájaro barítono clarea.
¡Ay, Alfonso, qué hermoso haber estado
contigo tantas veces! Lisonjea
toda una vida haberte siempre amado.
III
Si sacar las palomas del sombrero
aun cuando en el sombrero no hay palomas …
Esto fue así ¿no es cierto? Las palomas
a veces fueron águilas primero.
Toda Tenoxtitlán y todo Homero
y diagonales límpidas de aromas.
y las Grecias, las Francias y las Romas
le dieron de sus luces el lucero.
Si Góngora y el Cid —alma y diadema—
diéronle conjunción y no dilema;
si habitar el idioma fue su silla
y comprender, el drama de su juego,
Alfonso Reyes, hombre y maravilla
tuvo del solla luz y el amor ciego.
Las Lomas, junio 4 y 5 de 1960
A Cuernavaca. Por Alfonso Reyes
A Cuernavaca voy, dulce retiro,
cuando, por veleidad o desaliento,
cedo al afán de interrumpir el cuento
y dar a mi relato algún respiro.
A Cuernavaca voy, que sólo aspiro
a disfrutar sus auras un momento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
Ni campo ni ciudad, cima ni hondura;
beata soledad, quietud que aplaca
o mansa compañía sin hartura.
Tibieza vegetal donde se hamaca
el ser en filosófica mesura…
¡A Cuernavaca voy, a Cuernavaca!
II
No sé si con mi ánimo lo inspiro
o si el reposo se me da de intento.
Sea realidad o fingimiento,
¿a qué me lo pregunto, a qué deliro?
Básteme ya saber, dulce retiro
que solazas mis sienes con tu aliento:
pausa de libertad y esparcimiento
a la breve distancia de un suspiro.
El sosiego y la luz el alma apura
como vino cordial; trina la urraca
y el laurel. de los pájaros murmura;
Vuela una nube; un astro se destaca,
y el tiempo mismo se suspende y dura . . .
¡A Cuernavaca voy, a Cuernavaca!
Decir: Hacer. Por Octavio Paz
A Roman Jakobson
Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido:
La poesía
Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?
Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en la página
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos
tocar
el cuerpo
de la idea.
Los ojos
se cierran
Las palabras se abren.
Octavio Paz
A Bolívar, por Carlos Pellicer
Señor: he aquí a tu pueblo; bendícelo y perdónalo.
Por ti todos los bosques son bosques de laurel.
Quien destronó a la Gloria para suplirla, puede
juntar todos los siglos para exprimir el Bien.
Dónanos tu pujanza, resucita la Aurora
que encendiste en los Andes iluminando el mar.
Desnuda sobre el cielo los rayos de tu espada
y úngenos con los ínclitos áloes de tu bondad.
Si una fuerza envidiosa desordenara el trazo
con que impusiste aquí los senderos al Sol,
cincela con tu espada y funde con tu abrazo,
(Oh escultor desta América), el hondo corazón
de las veinte Repúblicas atentas a tu brazo
para mostrarle al mundo tu milagro de Amor.
En la América Española, el 7 de agosto de 1919, primer Centenario del triunfo de Boyacá
Carlos Pellicer, Colores en el mar y otros poemas, 1921