Torreón, Coah., Méx., abril 5 de 1910.
Mi querido don Alfonso: Le agradezco infinitamente su carta y tengo vivísimos deseos de abrazarle. Con una amistad franca y leal corresponderé el favor que Ud. me hace eligiéndome para compañero de estudio. En mi afecto para Ud. siempre ha habido sus puntos de respeto religioso (no se ría Ud.); nunca he podido tratarle de amigo a amigo; delante de Ud. me sentía cohibido, desazonado, no sé cómo decirlo; y cuando quedaba solo me daba mucha tristeza pensar que cada vez me alejaba más de su corazón con mi timidez, mi poquedad y una afectación involuntaria, algo de innatural en mí que nunca pude vencer estando Ud. delante, y que me venía de una especie de incomodidad espiritual; en fin, Ud. que es tan sabio en estas cosas, puede desenredarme esta serpiente. Cuenta Heine que cuando vio por primera vez a Goethe, a pesar de que imaginaba decirle muchas cosas sublimes, no pudo hablarle sino de lo sabroso que eran las ciruelas de los árboles que crecen entre Jena y Weimar; y yo nunca he podido tampoco hablar con Ud. de al que de cosas de poca cuenta. Ud. me entiende.
No se equlvoca Ud. al suponer que quiero mantenerme y vivir por cuenta propia; mi padre, reprochándome un día que miraba más por los clásicos españoles que por los libros de texto, me amenazó, sin querer, con retirarme su apoyo y ayuda; después ha procurado hacerme olvidar sus palabras, pero yo creo que no es decoroso para mi el seguir viviendo de su dinero. Por esto le ruego me ayude a conseguir cualquier cosa que me baste para proveer a mis gastos indispensables.
Quiero además con esto comprar mi libertad espiritual al precio de mi esclavitud material. Con estas cosas que me han sucedido, me he acordado que en cierta ocasión Ud. renegaba de los intelectuales nuestros de la pasada generación, que nada aptos para la vida y comidos de abominab1es vicios de castradores de puércos, han sido autores de los enojos y disgustos que nuestros padres reciben cuando nos sorprenden escribiendo versos o estudiando clásicos.
Le felicito calurosamente por lo de su casa en Santa María, y por lo de su libro Cuestiones estéticas, donde me figuro que habrá puesto sus diálogos, su estudio sóbre las rimas bizantinas, lo de Góngora, su trabajo sobre la tragedia griega (del cual sólo trozos conozco) y sus otros artículos críticos, que siempre he tenido por admirables y perfectos. Crea que en el contento que tengo por esto último hay un poco de snobismo, es decir, que me siento orgulloso de que mi amigo don Alfonso pueda ser conocido y apreciado como lo estima su amigo.
Reciba un estrecho abrazo.
Julio Torri
Méx., abril 17, 1910.
Mi querido Julio: Nada hay más conmovedor para mí que una manifestación de talento. Me entendió Ud. tan bien, que su carta me conmovió.
Le aconsejo que ya se vuelva. Avísele a su papá que en este mes se cierran las inscripciones. Aquí arreglaremos lo que Ud. desea.
Espero que venga pronto. Avíseme cuándo e iremos Silva y yo a la estación. Traiga Ud. trabajos literarios que haya hecho por allá.
Silva ¡ha comprado un terreno en Coyoacán! Le da el dinero el Lic. Victorino Pérez, a cuenta de asuntos que éste le trabaja. Véngase pronto. Ya calculé bien: es muy posible que logre Ud. los $lOO.OO. Milanés desde luego le da, con seguridad su antiguo puesto, pero con el antiguo sueldo. Por lo pronto véngase mantenido como antes.
Junto a Pedro Henríquez y con puerta para el cuarto de éste, hay otro vacío que renta, a lo más $18.00 (a lo más).
Adiós. Espero su carta súbita.
Alfonso Reyes
México, febrero 23 de 1911.
EPÍSTOLA A MARIANO SILVA Y A JULIO TORRI
Guerra de las asonantes,
trastorno de los sentidos,
martillo de las orejas,
de las orejas martillo,
confusión de las vocales,
sarta de versos torcidos,
manirrotos y quebrados
y cojos y desvalidos
tal, don Julio y don Mariano,
vuestra epístola ha venido
en las alas del correo
y en la intención del envío
a tirarme las orejas,
a zumbarme en los oídos
a reprender mi pereza
a desperezar mi olvido.
Mal versero sois don Julio
y consejero putillo;
mal versero sois Mariano
hombre in perpetuam dormido.
Para banco de pereza
dos pies habéis conseguido,
echáis menos el tercero
porque yo me os he perdido.
Bien trabajan por ociar
los que hacen de ociar oficio
y para tercer ociante
solicitan al amigo.
Mas os pusisteis censores
más que Catón Censorino
y muy más que mi Papá
cuando yo era chiquitillo
escuchad en mis palabras
las disculpas que ahora os pido,
que, dando traspiés de versos,
ante vuestros pies me humillo:
*
Aunque dicen que el no ir
es ahora el mayor mal
tal me he llegado a aburrir
que por no aburrirme tal
ya no volveré a asistir.
*
Y por si no lo entendéis,
os haré de estas razones
una glosa en que podréis
entender mis intenciones,
cuido las acataréis:
*
Cosas he llegado a oír
en clase tan enojosas
que para querer morir
no hay como oír esas cosas,
Aunque dicen que el no ir.
*
Y pues, pese al general,
soy estudiante a porfía
(no capigorrón, pardal)
para mí la escuelería
es ahora el mayor mal.
*
Tiempos habrán de venir
de semanas de domingos.
Juro entre tanto vivir
mejor que a escuela, a respingos:
tal me he llegado a aburrir.
*
La clase es muy matinal,
y mi almohada huele a beleño,
dormir es cosa fatal:
más vale dormir por sueño
que por no aburrirme tal.
*
En fin os llego a decir
(¡Manes del pobre Artalejo!)
que aunque haya de repetir,
y ello me cueste el pellejo,
ya no volveré a asistir.
Alfonso Reyes
Julio Torri, Epistolarios, edición de Serge I. Zaïtzeff, UNAM, México, 1995, pp. 29-33.