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Homero y Hesíodo. Por Alfonso Reyes

HOMERO y Hesíodo son los primeros poetas de la mitología. Heródoto, ya racionalista, pretende que la figura, el bautismo y las funciones de los dioses son obra de Homero y Hesíodo: brillante paradoja. Hoy sabemos bien que Grecia no comenzó en el siglo VIII, ni se fabrican de este modo las religiones. Homero es un “pensador de vanguardia”; Hesíodo, aunque posterior a él y aunque haya sido un justo, es un retardado. Cuando Homero ha concebido ya un panteón o conjunto de dioses panhelénico y superior a los feudalismos, un culto simplificado, una religión purgada de supersticiones, Hesíodo está lleno de pavor primitivo y de consejas vulgares. El claro jonio refleja el adelanto y el señorío de los griegos de Asia; el áspero labriego de Ascra, el atraso de las costumbres aldeanas que por entonces privaban todavía en la Grecia continental. Así se comprende el que Homero se atreviese siempre como un entreacto en la continuidad de las tradiciones religiosas de Grecia, y también el que los maestros de Grecia lo propongan como un ideal de cultura.

Entre las concepciones religiosas de ambos poetas media un abismo. El jonio pertenece a una sociedad principesca con la cual vive satisfecho: mundo penetrado de cielo y mar, de caballeros sin mucho arraigo popular, que desoyen ciertas tradiciones de la tierra o las consideran con una sonrisa tolerante. Su Grecia arcaica está ya muy cerca de la clásica y la supera en algo. Sus divinidades aparecen ya bien definidas y desligadas del terruño. Su panteón o conjunto de dioses es ya una entidad helénica superior a los regionalismos y encaminada a las futuras creencias oficiales, a lo que suele llamarse “el legalismo olímpico”. Nos muestra una única religión de jefes y reyes, no la del pueblo. Junto a los silvestres Dióniso y Deméter, pasa de largo. Sus cultos son simplificados y abstractos, desdeñosos de circunstancias menores. Calla sobre la purificación del homicida y sustituye la vendetta por la indemnización, la romántica por la jurídica. No entiende que se implore a los muertos, ni siquiera a los héroes (héroes, seres mitológicos, no los héroes en el sentido moderno), sino solamente a los dioses, como conviene a una religión aséptica. Ignora la mántica inspirada, que más tarde hará la celebridad de Delfos; calla sobre los grandes festivales sagrados y aun sobre la consulta de los difuntos en los verdaderos centros oraculares (pues la visita de Odiseo al otro mundo acontece en un país fabuloso que Homero llama el sombrío país de los cimerios para de algún modo llamarle). Nada dice sobre la guirnalda del oficiante o la aspersión del altar con sangre del animal sacrificado, todo lo cual parece tener a sus ojos un aire de vulgaridad infantil. Su siglo VIII, el siglo en que vive, queda escamoteado en un siglo XII algo nebuloso y etéreo, el siglo que canta y al que ha dirigido su mirada trascendental de “ciego”. Pese a sus arcaísmos artificiosos y a sus involuntarios anacronismos, no nos permite reconstruir cabalmente una ni otra época, y menos figurarnos el tránsito. Los arqueólogos poco a poco han comenzado a completar aquel cuadro, hasta hoy en retazos, y cuando se acabe el desciframiento de las inscripciones cretenses, se habrá levantado el telón.

Por su parte, el áspero labriego de Ascra, el genealogista de los dioses, que enmarafió todas las leyendas para crear un sistema de mitología, está lleno de sufrimiento y de pavor primitivo. Clama contra las iniquidades y se indigna como los Profetas. Recoge candorosamente las humildes supersticiones y no retrocede ante el horror de su Génesis. En su angustia política, hasta pretende, trasladando al cielo las nuevas inquietudes sociales, que Zeus, tras la victoria contra los Titanes, sea un monarca electo. Tal vez prefiramos el Olimpo homérico, de soberanía divina. Una es la tierra, otro es el cielo. ¿Las leyes universales sujetas al voto electoral? Eso se queda para nosotros, los humanos, no para el gobierno del universo. Ante los mitos sanguinarios y espantables de Hesíodo, no podemos menos de agradecer a Homero el haber labrado sus mitos en oro y en marfil, para alivio de la fantasía humana. Gilbert Murray emprendió hace años un examen sobre la depuración del mito en Homero. Sea una modesta contribución:

La Nereida Tetis echaba invariablemente al fuego a sus criaturas. Como inmortal, no soportaba la idea de concebir hijos mortales. Su esposo, el mortal Peleo, logró salvar de sus garras al indefenso niño Aquiles. De aquella funesta historia ¿qué ha quedado en Homero? Sólo estas palabras de perfecta decencia, llenas de ternura maternal, con que Tetis contesta —en mi traducción— a las imploraciones de Aquiles:

¿Te di a luz en aciaga hora, criatura mía?
¡Viérate en paz tus naves sereno gobernando,
sin que nublase el lloro tus efímeros días!
Mas tu vida es muy breve, tu sino el más nefando;
fue funesto engendrarte en casa de Peleo.*

Las colonias asiáticas en que se ha formado la mentalidad de Homero han visto nacer el racionalismo. Los colonos se reclutaron entre hombres que se sentían responsables de su propia vida y que se lanzaron, cuchillo en mano, a las islas de los litorales y a las desembocaduras de ios ríos anatolios. Dueños del tráfico, prosperaron en el trato con las tribus interiores y con el mar. Olvidaron las tradiciones caseras, se crearon una nueva existencia. La solemnidad supersticiosa de los asiáticos no les infundió el menor respeto. Abrieron los ojos al mundo, con soma y con audacia. La Grecia materna, entretanto, continuaba las rutinas de los abuelos, y cuando aparece en la historia, tiene el aire de una graciosa provinciana y trae los cultos trasnochados. Homero refleja y traduce la “modernidad” del griego asiático. Supieron muy bien lo que hacían los maestros griegos, cuando convirtieron los Poemas Homéricos en textos escolares. Hubieran querido levantar de una vez la imaginación del pueblo heleno a la altura alcanzada por una sola de sus familias, la familia jonia.**

* Ilíada, 413-417. [En el presente volumen, p. 110.]
* * [De acuerdo con la “Noticia bibliográfica”, “El [presente] núm. 6 apareció en Vida Universitaria de Monterrey (11-111-1959)”; pero examinada la colección de esa revista aparece realmente el 18 del mismo mes y año. El error puede achacarse a errata de imprenta. Por otra parte, el boletín de la Biblioteca Alfonsina, de abril de 1959, Nº 4, p. 13, lo registra correctamente publicado en Vida Universitaria el 18 de marzo de 1959. Reyes no le puso fecha al calce ni se refiere a este trabajo en su Diario; con todo, puede fecharse sin mucho riesgo en 1959, año de su publicación. Sobre Hesíodo, véanse en estas Obras Completas, vol. XVII, pp. 265.268, y vol. XVIII, pp. 36-59, 170 y 172]

 

Alfonso Reyes, «Homero y Hesíodo», La afición de Grecia, Obras Completas XIXFondo de Cultura Económica, México, 1982, pp. 373-375 (www.alfonsoreyes.org)

«Visión de México» de Adolfo Castañón

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Adolfo Castañón nació en la ciudad de México el 8 de agosto de 1952. Desde el 23 de octubre de 2003 es el sexto ocupante de la silla II de la Academia Mexicana de la Lengua.

Este poeta, ensayista, editor, crítico literario y bibliófilo estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Gastrónomo autodidacta, ha sido miembro del consejo de redacción de varias revistas en Latinoamérica, entre las que se encuentran La Cultura en México, el suplemento de Siempre!, Vuelta, Letras Libres y Gradivia. Ha sido colaborador de Cuadrivio, Imagen Latinoamericana, La Cultura en México, La Gaceta del FCE, Letras Libres, Nexos, Novedades, Plural, Revista Universidad de México, Sábado, Siempre!, y Vuelta. Gran lector de todos los géneros, es también admirador y estudioso de la obra de Alfonso Reyes, de quien ha dicho que fue «el poeta y crítico que sentó las bases de un canon moderno de la prosa y del verso para las letras mexicanas e hispanoamericanas». Entre sus obras destacan Alfonso Reyes, caballero de la voz errante (1988), Arbitrario de literatura mexicana (1995), La campana y el tiempo (2003), Viaje a México: ensayos, crónicas y retratos (2008), y Grano de Sal (2009). Entre las traducciones importantes en su carrera están Después de Babel, de George Steiner, y Ensayo sobre el origen de las lenguas, de J. J. Rousseau (ambos publicados por el FCE). Durante casi tres décadas trabajó para el Fondo de Cultura Económica, donde tuvo a su cargo diversas obras de Alfonso Reyes, Octavio Paz y Juan José Arreola, entre otros muchos autores. Ha sido investigador del Centro de Estudios Literarios, del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

Ha obtenido diversos premios, entre los que cabe señalar el Nacional de Literatura de Mazatlán 1996; el Nacional de Periodismo 1998; el Xavier Villaurrutia 2008, y el Nacional de Periodismo José Pagés Llergo 2010. En 2003 fue reconocido como Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras por el gobierno de la república francesa. En 2015 recibió el Premio Internacional de Ensayo de Argentina.

 

 

¿Es sexista la lengua española? | ECN en la FIL Guadalajara | Concepción Company Company

Conferencia: ¿Es sexista la lengua española?

Participa: Concepción Company Company

Modera: Sayri Karp Mitastein

¿El lenguaje incluyente ayuda a evitar la discriminación? ¿Desdoblar en femenino y masculino todas las formas en que es posible hacer tal desdoblamiento aminora la discriminación? ¿El denominado “lenguaje incluyente” aminora o evita la discriminación? La respuesta es no. El problema del sexismo en la lengua tiene como trasfondo una compleja dialéctica entre lengua, hablante y sociedad. Esta charla partirá de una definición de lengua y de gramática, e intentará mostrar con ejemplos muy claros de la vida cotidiana que la lengua es un repositorio histórico de hábitos y de rutinas lingüísticas, y que la arbitrariedad del signo lingüístico es un hecho convencional y económico, además de ser rasgo definitorio de la gramática. Alterar la historia y la arbitrariedad de una lengua no aminora la discriminación y sí genera gran ambigüedad comunicativa.

Obra de teatro: El Diccionario de Manuel Calzada

Coordina: Juan Villoro (ECN)

Director: Enrique Singer (Compañía Nacional de Teatro)

Elenco: Eduardo Candás, Luisa Huertas, Óscar Narváez y Roberto Soto

El Diccionario, de Manuel Calzada Pérez, es una obra sobre la bibliotecaria y grafóloga María Moliner, autora del Diccionario de uso del español, quien, a lo largo de quince años plasmó definiciones, sinónimos, expresiones y frases de uso común con diversas acepciones. Investigadora autodidacta durante el franquismo, Moliner cuestionó con valentía a la Real Academia Española y dejó un valioso legado sobre el lenguaje y la palabra.

Esta función concluye con un diálogo entre miembros de El Colegio Nacional e invitados especiales: Luisa Huertas, Luis Fernando Lara, Jesús Ramírez Bermúdez y Pablo Rudomin.