Archivo de la categoría: Obras Alfonso Reyes

Ante los centenarios. Rumbo de Goethe. Por Alfonso Reyes

Toda literatura solicitada por una utilidad pasajera se contenta con un equilibrio muy inestable. El aniversario del fallecimiento de Goethe (1832-1932) me arrebató unas cuartillas en desorden*. Ni siquiera tuve tiempo de ser conciso. Por una vez, acudí al toque de asamblea con el dormán todavía desabrochado y el lazo suelto. Peor hubiera sido faltar, yo tenía mis razones: Goethe y los trágicos griegos me acompañaron en mi primer aventura hacia mí mismo**. Ni a uno ni a otros he dejado nunca de la mano; pero una cosa es el estudio, el examen crítico, y otra la declaración de la deuda. Con los trágicos ya había yo cumplido a mi manera, ofreciendo, en los comentarios de la Ifigenia cruel, mis confesiones de helenista sentimental. Me faltaba la confesión de Goethe. Pues el caso es que en la adolescencia, cuando el sentimiento del yo se abulta como absceso, la obra de Goethe y aun la contemplación de su persona me daban aquella visión del mundo semejante a la que traemos de ciertas lecturas científicas: una objetividad y distanciamiento que devuelve a las cosas sus proporciones tolerables y que tanto ayuda para navegar las crisis de la edad. Todo panegírico de Goethe pudiera fundarse en ese poder “levitador” que de él emana: ennoblece y hasta solemniza un tanto el espectáculo de la existencia, y nos coloca ante ella en una actitud confortable. Disipa la polvareda de la chabacanería y el humo del rencor.

Mientras tenéis, oh negros corazones,

conciliábulos de odio y de miseria,

el órgano de Amor riega sus sones.

Cantan: oíd: “La vida es dulce y seria”

Tal fue el origen de estas páginas que más tarde, en el bicentenario natalicio del poeta (1749-1949), me puse a retocar lentamente. No quise someterlas a una composición estricta y conjunta. Mil tentaciones me hacían señas a lo largo de la jornada. Goethe embriaga a quienes lo siguen. O diré mejor que experimenté en alma propia aquella fábula de Simbad: a horcajadas sobre mis hombros, el terrible viejo, mil veces más fuerte que yo, me llevaba por donde quería. Y además de esta dificultad de impulso, dos dificultades de materia me salieron al paso. La primera —todos los autores fecundos la han padecido con sus críticos—, que mientras tenemos a la vista una centésima parte de la obra, olvidamos otras noventa y nueve; y en el caso de Goethe, cuyos libros son, a veces, meros racimos de fragmentos, y cuyas sentencias aisladas son tan brillantes que orillan a desvirtuarlas citándolas sin el contexto,ello ha sido causa de algunos errores de apreciación. La segunda—de carácter más hondo— es que la integración de su obra con su vida nos confunde los temas, y ellos nos transportan insensiblemente de unos a otros. Había que resignarse, pues, al tratamiento por toques sucesivos, a las insistencias y repeticiones, idas y venidas como en el juego de la oca. Ni era posible evitar que se me pegaran en el trance, y a pretexto de escolios, éstas y las otras páginas adventicias. Rayas de lápiz al margen de los libros, rinconcillos goethianos, ocios de la afición, piezas sobrantes del artilugio: de todos modos podrán entenderse mis empeños, mas no como vértebras de una monografía metódica que nunca cruzó por mi intención. Quien no acepte este orden disperso, quien sienta ausencia de un comentario orgánico, acuda a tantas autoridades que abundan y son ya harto conocidas. Goethe no cabe en mis medidas y desisto de toda síntesis. Yo sólo sigo a mi poeta desde el otro cabo de la civilización y desde la orilla distante de otra lengua, conformándome con pedirle aquellos auxilios o incitaciones que nunca me ha negado hasta ahora.

Sur, Buenos Aires, primer trimestre de 1932, núm. 5, pp. 7-85.

* Cuestiones estéticas (1911): “Las tres Electras del Teatro Ateniense» y «Sobre la simetría en la estética de Goethe».

Alfonso Reyes, «Ante los centenarios. Rumbo de Goethe», Obras completas XXVI, Fondo de Cultura Económica, México, 1993

Oración por Atenea política. Alfonso Reyes

No olvidéis que un universitario mexicano de mis años sabe ya lo que es cruzar una ciudad asediada por el bombardeo durante diez días seguidos, para acudir al deber de hijo y de hermano, y aun de esposo y padre, con el luto en el corazón y el libro escolar bajo el brazo. Nunca, ni en medio de dolores que todavía no pueden contarse, nos abandonó la Atenea Política.

     No quiero despedirme sin recordaros que esta divinidad tiene muchos nombres, no contando el que Zeus le prodiga en el poema homérico (“querida ojizarca”) que más bien es un apodo paternal cariñoso. Repetir los nombres de las divinidades es una forma elemental de plegaria. Orar quiere decir hablar con la boca. Oremos:

Atenea, además de Polías o política, se llama Promacos, que viene a ser campeón en las armas, diosa campeadora; se llama Sthenias o pederosa, Areia o de bélica naturaleza. Y todo esto significa que nunca deja de enmohecerse su tradición, sus victorias pasadas, sino que a cada nueva aurora madruga a combatir por ellas. Atenea se llama también Bulaia, porque asiste y juzga en los consejos, porque sofrena la cólera del héroe tirándole oportunamente por las riendas de la cabellera; y se llama Ergane, maestra de artesanos, por donde la escuela y el taller se confunden. Por último, Atenea es Kurótrofos, nutriz de los retoños, diosa que alimenta los nuevos planteles de hombres. Protectora de los muchachos, ella os defienda y os ampare, ella os guíe, ella os fatigue y os repose.

Alfonso Reyes, «Atenea política», Universidad, política y pueblo, UNAM, México, 1967, pp. 97-98

Salambona. Por Alfonso Reyes

¡Ay, Salambó, Salambona,
ya probé de tu persona!

¿Y sabes a lo que sabes?
Sabes a piña y a miel,
sabes a vino y a dátiles,
a naranja y a clavel,
a canela y azafrán,
a cacao y a café,
a perejil y tomillo,
higo blando y dura nuez.
Sabes a yerba mojada,
sabes al amanecer.
Sabes a égloga pura
cantada con el rabel.
Sabes a leña olorosa,
pino, resina y laurel.
A moza junto a la fuente,
que cada noche es mujer.
Al aire de mis montañas,
donde un tiempo cabalgué.
Sabes a lo que sabía
la infancia que se me fue.
Sabes a todos los sueños
que a nadie le confesé.

¡Ay, Salambó, Salambona,
ya probé de tu persona!

Alianza del mito ibérico
y el mito cartaginés,
tienes el gusto del mar,
tan antiguo como es.
Sabes a fiesta marina,
a trirreme y a bajel.
Sabes a la Odisea,
sabes a Jerusalén.
Sabes a toda la historia,
tan antigua como es.
Sabes a toda la tierra,
tan antigua como es.
Sabes a luna y a sol,
cometa y eclipse, pues
sabes a la astrología,
tan antigua como es.
Sabes a doctrina oculta
y a revelación tal vez.
Sabes al abecedario,
tan antiguo como es.
Sabes a vida y a muerte
y a gloria y a infierno, amén.

Río de Janeiro, 20 de agosto, 1935

Tomo X, Obras completas, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 157-158

 

La canción del equipaje, por Alfonso Reyes

Para Bitácora, revista de los más jóvenes

No todo ha de ser vivir,

y vivir para jamás cantar.

Era, pues, un nuevo equipaje,

que cantaba al hacerse al mar.

La nave, como era tan leve,

partía por la vertical.

Los que se quedaban en tierra

no se lo van a perdonar.

«¡Suba el que quiera! —gritan ellos,

pero el recelo puede más;

y aunque muchos los envidiaban,

no se querían arriesgar.

Que aunque hay Islas Afortunadas

y muchos reinos que buscar,

también hay Mares Tenebrosos,

caníbales y lo demás.

¡Mejor es largar las amarras

y que nos dejen ir en paz!

Esos que cuentan con los dedos

¡que nos dejen en paz!

Quédense ahí con sus disputas,

con su rabia y su porfiar.

Después de todo y a la postre,

no los vamos a contentar.

Porque está más allá del sueño

lo que queremos conquistar;

está más allá de la noche;

está más allá

de las manos y de los ojos;

está más allá

de los espacios y los años;

está más allá

de las raíces y del humus;

está más allá

de las lágrimas y la sangre;

está más allá.

Buenos Aires, 25 de marzo, 1937

Alfonso Reyes y Porfirio Barba Jacob

En noviembre de 1909, Alfonso Reyes (de 20 años), formula un saludo al «Romero peregrino» (en ese entonces llamado Ricardo Arenales de 26 años de edad) en nueve cuartetos de versos alejandrinos de rima pareada.
Ricardo Arenales, heterónimo de Miguel Ángel Osorio Benítez (Santa Rosa de Osos, Antioquia, 29 de julio de 1883 – Ciudad de México, México, 14 de enero de 1942) sería conocido para 1922 como «Porfirio Barba Jacob»: poeta y valeroso periodista colombiano -crítico y polémico- afincado en Monterrey, Nuevo León; ciudad en la fundó la Revista Contemporánea, una de las más grandes revistas literarias mexicanas (de la que salieron catorce números y que tuvo por colaboradores, entre muchos, a Alfonso Reyes y los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña), y fue jefe de redacción del viejo y prestigioso diario El Espectador, con el que acabó quedándose. Fue a parar a la cárcel por criticar en 1909 al régimen de Porfirio Díaz y mostrarse a favor del general Bernardo Reyes; es puesto en libertad gracias a la Revolución.
Ya en la capital de México colaboró en El Imparcial, El Porvenir reyista y El Independiente; fundó Churubuseo, de éxito resonante y efímera duración. Con el seudónimo de Emigdio S. Paniagua publicó en 1913, en folleto, el largo reportaje periodístico El combate de la ciudadela narrado por un extranjero, sobre los sangrientos sucesos que siguieron al asesinato del presidente Francisco Madero y que se conocen como la «Decena trágica». Obligado a huir de México por sus ataques a la Revolución triunfante de Venustiano Carranza, Barba Jacob fue a dar a Guatemala, donde habría de dejar honda huella. Allí, en 1914, su amigo el poeta y cuentista guatemalteco Rafael Arévalo Martínez escribió inspirándose en él, en Ricardo Arenales o el señor de Aretal, su mejor relato: El hombre que parecía un caballo, que le dio gran notoriedad a su autor y que empezó a forjar la leyenda del poeta colombiano.
Porfirio Barba Jacob también criticó implacable a los «revolucionarios» Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. En cambio, reconoció en las figuras de los “bandidos” Emiliano Zapata y Pancho Villa, los representantes más insignes de la Revolución mexicana. Cuenta una de las leyendas negras que escribió una biografía de Villa, de la que se vendieron más de veinte mil ejemplares en el norte de México y en el sur de los Estados Unidos (a la fecha no aparece ni un solo ejemplar).
Juan Sin Miedo, Juan Sin Tierra, Juan Azteca, Junius, Cálifax, Almafuerte (que también usó el poeta argentino Pedro Palacios), El Corresponsal Viajero fueron algunos de los heterónimos en los que el espíritu de Osorio Benítez se encarnó; sus artículos periodísticos, aparecidos en una veintena de publicaciones del continente americano, no llevan firma o están firmados ocasionalmente.

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