DE MI PADRE
DE ALEJANDRO y de César y de otros capitanes
ilustres por las armas y, a veces, la prudencia,
yo encontraba en mi padre como una vaga herencia,
aliento desprendido de aquellos huracanes.
Un tiempo al Mío Cid consagré mis afanes
para volcar en prosa sus versos y su esencia:
la sombra de mi padre, rondadora presencia,
era Rodrigo en bulto, palabras y ademanes.
Navegando la Ilíada, hoy otra vez lo veo:
de cóleras y audacias —Aquiles y Odiseo—
imperativamente su forma se apodera.
Por él viví muy cerca del ruido del combate,
y, al evocar hazañas, es fuerza que retrate
mi mente las imágenes de su virtud guerrera.