I
En mi tierra sancochaban
los cabritos en la estaca,
con otra estaca arrancando
el pellejo hecho carbón.
Pero en el campo argentino
lo hacen mejor:
con la costumbre judía
de que hablan los Tharaud,
el noble asado con cuero
se come junto al fogón,
en la misma res mordiendo,
cortando con el facón.
¡Hasta la gente del campo
nos da lección!
Alguna vez hay que andar
sin cuchillo y tenedor,
pegado a la humilde vida
como Diógenes al charco,
y como cualquier peón.
II
¡Y decir que los poetas,
aunque aflojan las sujetas
cuerdas de la preceptiva,
huyen de la historia viva,
de nada quieren hablar,
sino sólo frecuentar
la vaguedad pura!
Yo prefiero promiscuar
en literatura.
No todo ha de ser igual
al sistema decimal:
mido a veces con almud,
con vara y con cuarterón.
Guardo mejor la salud
alternando lo ramplón
con lo fino,
y junto en el alquitara
—como yo sé—
el romance paladino
del vecino
con la quintaesencia rara
de Góngora y Mallarmé.
III
Algo de ganga en el oro,
algo de tierra sorbida
con la savia vegetal;
la estatua medio metida
en la piedra original;
la voz, perdida entre el coro;
cera en la miel del panal;
y el habla vulgar fundida
con el metal del habla más escogida
—así entre cristiano y moro—,
hoy por hoy no cuadran mal:
así va la vida,
y no lo deploro.
Río de Janeiro, 1931.—OV.
Alfonso Reyes, Obras completas X, Constancia poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 130-132.