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Invitación a los intelectuales y maestros para que se inscriban como misioneros (1922). Por José Vasconcelos

La Cámara de Diputados, voz legítima de la opinión nacional, acaba de declarar que la primera necesidad del país, en materia educativa, es intensificar el esfuerzo de los maestros misioneros creados no hace mucho tiempo por la Secretaría de Educación; maestros animados de espíritu apostólico que vayan a los campos a enseñar la vida; maestros de trabajo y de amor.

La Representación Nacional quiere que el maestro vaya al campo a compartir las penalidades de los humildes para educarlos con el ejemplo. Y el suscrito, que desde su discurso inaugural en la Universidad —hace más de dos años— esbozó este mismo programa, aunque no ha podido llevarlo a la práctica con toda la amplitud necesaria, recoge ahora las recomendaciones del Congreso con la devoción que merece un mandato nacional y desde luego invita a los intelectuales y a los maestros, a los más cultos intelectuales y a los más sabios maestros, para que realicen esta cruzada santa contra la ignorancia, inscribiéndose como misioneros de la civilización y del bien.

Ya es tiempo de demostrar a los campos que la ciudad no solamente incuba la explotación y el desdén, sino que puede engendrar abnegación y virtudes. Es menester que el intelectual se redima de su pecado de orgullo, aprendiendo la vida simple y dura del hombre del pueblo, pero no para rebajar su propia mente, sino para levantarla junto con la del humilde.

Me dirijo especialmente a los maestros jóvenes y cultos, a los escritores, a los poetas y los artistas, particularmente a los que aún no tienen treinta años y ya se han habituado al pasar oscuro de la ciudad, repartido entre una oficina, donde se simula el trabajo y unas cuantas horas de holganza o de vicios que la mentira convencional llama placeres, y les pregunto qué harían si un peligro social, como la aparición de un tirano o un peligro nacional, requieriése su denuedo?…

Me responderán que acudirán a las armas; pues bien, se trata de una lucha mucho más noble que la triste necesidad de ir a matar hombres; se trata de ir a salvar hombres; no de apagar la vida, sino de hacerla más luminosa. No seréis mensajeros de muerte, sino sembradores de alegría. Si sois poetas, renegad de vuestras rutinas, abrazándose por un año o dos a la pobreza, y partid a caminar por esos valles y esos montes donde el viento es puro y las estrellas son claras. Si sois artistas, ¿cómo esperáis hallar inspiración bajo el techo de la oficina o del hogar, o en medio de la estupidez de los salones? Si queréis hacer obra mañana, id primero a conocer la fatiga y el llanto, la claridad de los cielos y la altura del monte; id a despertar almas, que cada una que se despeje sera como una estrella que aparece en la tierra; alistaos en las filas de los maestros misioneros.

Los puestos vacantes serán cubiertos con los mejores, pues debemos evitar a toda costa que se pierda el esfuerzo que hará el Gobierno para pagar estos sueldos, si no logramos formar más que un ejército de burócratas. Lo más selecto y noble de la juventud mexicana tiene en estos instantes la ocasión de ir a imitar a Las Casas, el creador, al revés de tantas generaciones nuestras que no han hecho otra cosa que imitar a Cortés el destructor.

¡Soldados del ideal, más fuertes que todos los soldados de la materia, la Nación os llama; despertad dentro de vosotros todas las ambiciones de gloria y de bien, porque sonó la hora de una misión sublime! ¿Acaso no sentís en las plantas el ansia de pisar la tierra, y que el corazón se os enciende pensando en las almas que ansían la luz? ¿Qué valen todos los goces que compra el dinero de vuestros salarios, comparados con la gloria de los campos y la dicha de iluminar las almas? ¿Y qué importa todo lo que renunciás, si al comenzar a repartir sentiréis que crece dentro de vosotros un tesoro, multiplicado por la abundancia de vuestro sacrificio?

Sacrificio, no sólo por las comodidades que vais a abandonar, sino por la profesión de humildad que deberéis hacer para entender mejor las necesidades de vuestros alumnos; sacrificio porque tendréis que adiestrar las manos en el trabajo que aumenta el bienestar de vuestros instantes, y porque habréis de adoptar formas sencillas para trasmitir vuestras enseñanzas. Jamás se ha presentado a los jóvenes misión más noble; quienes la acepten serán, sin duda, luz del mañana y conductores de la generación próxima.

J. Vasconcelos

(Del «Heraldo de México», 20 de diciembre de 1922)

José Vasconcelos. «Invitación a los intelectuales y maestros para que se inscriban como misioneros», Boletín de la Secretaría de Educación Pública, México, 1923, pp. 177-178.

Visión de Anáhuac. Por José Luis Martínez

Cátedra Alfonso Reyes en Cuernavaca
Igualdad entre Manuela y Marie-José

Aprovechando breves veranos de bienestar, y en ocasiones entre sorbo de oxígeno, Alfonso Reyes grabó para la Universidad Nacional, en su casa de la ciudad de México y en Cuernavaca, en agosto y septiembre de 1959, Visión de Anáhuac Ifigenia cruel, dos de sus obras más hermosas y significativas. Había aceptado, además, grabar una selección de poemas y algunos ensayos breves, característicos de su pensamiento y estilo de épocas anteriores, pero la vida no se lo consintió. Su exhausto corazón habría de rendirse la mañana del 27 de diciembre del mismo año, y la muerte que tan insistentemente se le había anunciado y con la que se empeñó valientemente en jugar carreras, habría de encontrarle entre sus libros y con las manos puestas en numerosas empresas.

Estos dos amplios poemas, uno en prosa, Visión de Anáhuac, y otro en verso, Ifigenia cruel, pertenecen al principio y al fin de su estancia madrileña que se extendería de 1914 a 1924, entre sus veinticinco y sus treinta y cinco años de madura juventud, cuando se sentía alejado de su país y cuando lo conturbaban los trágicos recuerdos de la muerte de su padre, confundido y perdido por la violencia revolucionaria. Inmediatamente después de las agudas instantáneas de Cartones de Madrid, que serían su tarjeta de presentación intelectual ante aquella ciudad a la que iba, como el abuelo Ruiz de Alarcón, a ganarse la vida, «el recuerdo de las cosas lejanas, el sentirme olvidado de mi país y la nostalgia de mi alta meseta -cuenta Alfonso Reyes- me llevaron a escribir la Visión de Anáhuac (1915). Sirviéndose de los testimonios proporcionados por las Cartas de relación de Cortés, la Historia verdadera de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y la Crónica del Conquistador Anónimo, y de algunas fuentes modernas para la interpretación histórica, la Visión de Anáhuac es una evocación, no erudita ni documental sino artística, de la imagen de la antigua ciudad de México o Tenochtitlan, tal como apareció a principios del siglo XVI, en 1519 precisamente, a los ojos maravillados de los conquistadores españoles.

Pero Reyes no se propuso exclusivamente realizar, para decirlo en palabras de Valery Larbaud, «una descripción lírica, y de un lirismo emparentado con el del Sain-John Perse. Gran poema de colores y hombres, de extraños monumentos y de riquezas acumuladas: en suma la verdadera visión prometida, en todo su brillo y misterio», sino que su intención profunda fue, además, la de interrogar a aquella imagen original de México y a aquel encuentro radical de dos razas, en busca del sentido de nuestra existencia.

Yo sueño -escribía Alfonso Reyes en 1922- en emprender una serie de ensayos que habrían de desarrollarse bajo esta divisa: En busca del alma nacional. La Visión de Anáhuac puede considerarse como un primer capítulo de esta obra, en la que yo procuraría extraer e interpretar la moraleja de nuestra terrible fábula histórica: buscar el pulso de la Patria en todos los momentos y en todos los hombres en que parece haberse intensificado; pedir a la brutalidad de los hechos un sentido espiritual; descubrir la misión del hombre mexicano en la tierra, interrogando pertinazmente a todos los fantasmas y las piedras de nuestras tumbas y nuestros monumentos.

Alfonso Reyes. Voz del autor. El Colegio Nacional, UNAM, Cátedra Alfonso Reyes UAEM, México, 2004.

A.R. Visión De Anáhuac