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Fernando Curiel (ed.). Casi oficios : cartas cruzadas entre Jaime Torres Bodet y Alfonso Reyes, 1922-1959. Por Serge Ivan Zaïtzeff

En años recientes la vasta correspondencia del humanista Alfonso Reyes (1889-1959) con sus amigos mexicanos ha visto la luz en un número creciente de ediciones. Al lado de Julio Torri, Mariano Silva y Aceves, Martín Luis Guzmán, Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint, Xavier Icaza, Rafael Cabrera, Genaro Estrada y José Vasconcelos (en una nueva edición), ahora figura Jaime Torres Bodet (1902-1974). Del autor de Biombo sólo se conocían algunas cartas sueltas dirigidas a sus compañeros de generación así como a Miguel N. Lira, Ermilo Abreu Gómez y Genaro Estrada y es por eso que Casi oficios viene a ser una grata sorpresa. Es de suponer que ésta debe ser la correspondencia más sostenida de Jaime Torres Bodet (durante 37 años) y la más nutrida del diálogo de Alfonso Reyes con los Contemporáneos. Todo lo cual ya da a este volumen una innegable importancia.

Las 178 cartas recogidas en este tomo pulcramente editado por dos de las instituciones de mayor prestigio en México, se agrupan en tres períodos (o trechos): 1922-1939, 1940-1949 y 1949-1959. En el primero —el cual en realidad termina en 1935— predominan las cartas de Torres Bodet (45 de las 49) quien audazmente entabla la conversación con el escritor mayor radicado en Madrid. El pretexto es literario y literaria será la amistad que unirá a estos dos hombres ejemplares. El joven poeta busca la aprobación del maestro y éste se la da en seguida. Con su característica generosidad Reyes no sólo expresa su admiración por los versos juveniles de Torres Bodet (quien contaba con apenas veinte años) sino que le ofrece su amistad. A Torres Bodet le urge ser reconocido y Reyes es quien lo puede ayudar y animar. Reyes siempre vio con interés los anhelos estéticos de las nuevas promociones y aceptó colaborar en sus revistas. Así, la amistad con Torres Bodet lo lleva a participar en La Falange y sobre todo en Contemporáneos. Desde 1922 se establece entre ambos escritores un constante intercambio de libros y colaboraciones que durará toda la vida.

Durante la visita de Reyes a México en 1924 los dos corresponsales por fin se conocieron y aunque fue breve el contacto, contribuyó a fortalecer los lazos de simpatía, lo cual se manifiesta en un tono un tanto más personal pero sin llegar a la intimidad. Sólo en un par de ocasiones Torres Bodet se atreve apenas a cruzar esa línea al aludir a lo que siente (cuando se encuentra en París) para luego retroceder al terreno mucho más cómodo para él de las tareas literarias. No se trata de falta de afecto o de confianza sino sencillamente de exceso de pudor. Reyes respeta esta distancia impuesta por su interlocutor y le corresponde evitando confidencias y confesiones las cuales reservará más bien para otros amigos como, por ejemplo, Julio Torri o Genaro Estrada. Cada amistad es única y encuentra su propio tono, su propio lenguaje, de acuerdo con la personalidad y sensibilidad de cada amigo. A final de cuentas la verdadera amistad no es más que la comprensión mutua, condición que se revela a lo largo del presente intercambio epistolar a pesar de su tono objetivo y aun oficinesco. Cartas que son “Casi oficios”, según la acertada expresión de Curiel. Toda correspondencia nos hace revivir una época a través de su propia óptica. En este caso se ve el fracaso inicial (en 1925) y luego el triunfo de Contemporáneos, la polémica desatada por Los de abajo, el proyecto de hacer una nueva antología de la poesía mexicana y siempre los libros de don Alfonso (Ifigenia cruel, Pausa, Cuestiones gongorinas, Fuga de Navidad, etc.) que invariablemente despiertan el entusiasmo de Torres Bodet. Las cartas de este último siguen el itinerario diplomático de Reyes por Madrid, París y Buenos Aires y en 1929 el propio Torres Bodet emprende la misma ruta con su primer puesto en la Legación de México en Madrid. Caminos paralelos o con paralelos (como dice Curiel) son los que recorren Torres Bodet y Reyes en sus vidas literarias y profesionales (es decir, la diplomacia). En cada capital el joven diplomático siente la presencia de su compañero cuyos amigos llegan a ser los suyos. Cambia la geografía pero no la devoción. Las cartas alfonsinas son una auténtica fuente de placer para Torres Bodet quien siempre necesita estímulo. Le agrada leer Monterrey —el correo literario de Alfonso Reyes en Río de Janeiro a partir de 1930— y en alguna ocasión figura en sus páginas. Aprecia los comentarios de Reyes sobre su Destierro y a su vez resalta las cualidades de El testimonio de Juan Peña, Casi cinco sonetos y A vuelta de correo entre otros. Ante tal productividad Torres Bodet le hace la inevitable pregunta: “¿Cómo hace usted para conciliar esta labor con la charla de lejos con los amigos?” (p. 73). Cabe recordar que entre sus corresponsales (además de los ya mencionados) se destacan también Pedro Henríquez Ureña, José María Chacón y Calvo, Gabriela Mistral, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Díez-Canedo y muchísimos más. El material epistolar de Alfonso Reyes alcanza dimensiones verdaderamente deslumbrantes. Además, la sostenida alta calidad de los libros que va publicando Reyes impresiona profundamente a Torres Bodet quien lucha en vano en contra del tiempo que le quita la burocracia. Con todo, éste dedicará su vida al servicio público en puestos cada vez más prestigiosos mientras que el regiomontano abandonará la “carrera” y se reintegrará a la vida capitalina en 1939. A pesar de la casi inexistencia de misivas alfonsinas durante este primer período, las cartas de Torres Bodet logran reflejar la vida de Reyes —sus pasos, sus huellas, sus libros. Y sobre todo representan un testimonio de simpatía, de afecto y de admiración.

Al segundo trecho sólo pertenecen 14 cartas (6 de Torres Bodet y 8 de Reyes) las cuales van desde enero de 1941 hasta marzo de 1949 cuando Torres Bodet ocupa los cargos más altos en Relaciones Exteriores, Educación Pública y la UNESCO. El hecho de vivir los dos amigos en la misma ciudad de México (hasta 1948) explica quizás la escasez de cartas —más bien recados (semi)oficiales. Desde París el nuevo Secretario General de la UNESCO muestra su enorme admiración por su amigo Reyes al invitarlo a encabezar la Delegación Permanente de México ante aquel organismo, pero Reyes se ve obligado a rechazar ese honor por motivos de salud y de trabajo. Ni la amistad de Torres Bodet ni la atracción de París logran apartarlo del rumbo que se ha fijado, o sea hacer “algunos libros”.

Con la presencia de Torres Bodet en la capital francesa, primero en la UNESCO y luego como Embajador de México (1952-1958), el contacto epistolar entre ambos corresponsales aumenta considerablemente. De hecho, se incluyen en el último trecho (1949-1959) 60 cartas de Torres Bodet y 53 de Reyes. En general se trata de un período de intensa colaboración y de ayuda mutua. Incesantemente Torres Bodet le solicita artículos y notas de diversa índole así como opiniones y sugerencias. Siempre cuenta con Reyes quien cumple invariablemente con gusto y eficacia. Torres Bodet no deja de pensar en su compatriota a la hora de necesitar algún trabajo sobre Goethe, Sor Juana o Julio Verne. A su vez Reyes confía enteramente en Torres Bodet para corregir sus textos. Existe una perfecta armonía entre los dos amigos: “Siempre acordes como dos violoncellos” (carta de Reyes a Torres Bodet, 22 de abril de 1955). Inclusive en momentos muy difíciles Reyes sigue ejecutando con “heroísmo” (palabra de Torres Bodet) los encargos de ese “guerrero siempre arriba de su caballo o al pie del cañón” (p. 119). Hasta la última carta (8 de septiembre de 1959) Torres Bodet y Reyes se consultan, se prestan servicios y se admiran mutuamente. Y sobre todo se esconde detrás de la formalidad y de la cortesía extrema de esa correspondencia un entrañable afecto, una verdadera comprensión. Lo que falta, sin embargo, es la auténtica comunicación entre dos grandes amigos y escritores.

Igual que en trabajos anteriores, Fernando Curiel —reconocido epistológrafo reyista— ha hecho una excelente edición. Abren el volumen un prólogo que ofrece los datos pertinentes a la trayectoria paralela de Torres Bodet y Reyes, una caracterización del epistolario y una justificación por dar a conocer estos “casi oficios”. Además, el sistemático y lúcido Curiel introduce cada uno de los tres trechos de la correspondencia con unas útiles observaciones (Sinopsis, Estadística, Comentario general). Acompañan las cartas amplias notas que proporcionan toda la información necesaria para una lectura provechosa del material epistolar. Como apéndice se recogen siete “textos contiguos” —esencialmente de ambos corresponsales— que contribuyen a un mayor conocimiento del tema. A manera de epílogo, Alicia Reyes traza una evocación muy personal y conmovedora de su “otro abuelo”, de “Jaime-abuelo”. Esta edición, en la cual no falta nada, concluye con una lista de las “Principales figuras mexicanas aludidas” (casi un índice onomástico) y una bibliografía. Casi oficios es lectura obligatoria para conocer más a fondo a dos de los pilares de la cultura mexicana moderna: el ateneísta Alfonso Reyes y el Contemporáneo Jaime Torres Bodet.