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Alfonso Reyes y Mauricio Magdaleno

A.R. y M.M.

Nación y universidad. Por Alfonso Reyes

A nadie se oculta —sin volver ahora sobre las clásicas discusiones en torno a la idea de universidad que, desde Newman hasta Ortega y Gasset, debieran estar en la mente de cuantos a estas tareas se consagren (y abro aquí un paréntesis para mencionar con honor al sociólogo brasileño Tristao de Athayde, por lo mismo que no militamos en igual campo) —, a nadie se oculta que una universidad es, por su nombre, por su definición, por su oficio, algo universal aunque no extranjero: la ciencia no puede tener patria. Pero incurre en una confusión lamentable quien se figura que por eso sólo la universidad y la nación se contraponen. Cuanto enaltezca y mejore a un grupo humano, lo enaltece y mejora en su condición nacional. Cuando en la Edad Media, la Universidad de París congregaba a los estudiantes de todo el mundo, de aquellos barrios iban surgiendo naciones europeas modernas. El químico mexicano será más buen mexicano al paso que sea más buen químico; y mejor que si, en vez de limitarse —porque en esto estriba el peligro para nosotros— a ser un ensayador empírico, adjunto a cualquier metalería, llega a ser un verdadero investigador, capaz de ingresar en la muy mexicana, pero muy universal y científica tradición de Río de la Loza. El arquitecto mexicano será más buen mexicano mientras más buen arquitecto sea; y mejor que mejor si, en vez de limitarse a transportar mecánicamente los cánones de un búngalo aprendidos en «el-Sur-que-nos-queda-al-Norte», se injerta en la robusta tradición, varias veces secular, que es orgullo de las artes mexicanas y es asombro del mundo. Que en cuanto a querer averiguar dónde cae el límite exacto de lo mexicano o lo no mexicano, y cómo lo uno y lo otro se acomodan en lo universal, dejemos esta discusión estéril a los que prefieren no hacer nada, arrogándose el derecho de censurar lo que hacen los otros. Entreguémonos cuanto antes a la obra, seguros de que nos gobierna desde arriba una fatalidad venturosa, a la que nunca podremos escapar como no nos empeñemos en contrariarnos y adulterarnos a la fuerza. Hay una lealtad al trabajo, una docilidad a las líneas trazadas por la naturaleza del objeto mismo que nos preocupa; y esta lealtad o docilidad sustituyen con ventaja a las definiciones apriorísticas. Será mexicano todo lo bueno que haga un mexicano. Con todo, es innegable que hay ciertas direcciones preferidas por el espíritu de cada pueblo. Y sin ahondar en ello —que ni es el sitio, ni ha llegado para mí el momento— me atrevo a dejar aquí estas sugestiones: cuanto prefiera la calidad a la cantidad nos parecerá más mexicano, o más mexicanizante, que lo contrario. Y nos parecerá que defiende con más eficacia el patrimonio de nuestra nación (patrimonio hecho y, sobre todo, patrimonio por hacer) cuanto —para usar la lengua de Pascal— imponga el «espíritu de finura» por sobre el «espíritu de geometría». Somos una raza metafísica y poética; y no se rebelen contra esta declaración los amontonadores de energía física y de materia, que también eran así los egipcios, y también dejaron las pirámides. Quiero decir que nuestra universidad será más mexicana mientras más procure suscitar las virtudes en el alma de sus educandos, y menos se entretenga en averiguar —pongamos por caso— si las estatura sumadas de todos ellos completan tal o cual submúltiplo del meridiano terrestre. Y conste que no hago caricatura, sino que me refiero a aberraciones registradas y conocidas.

Alfonso Reyes. «Voto por la Universidad del Norte», Universidad, política y pueblo. Nota preliminar, selección y notas de José Emilio Pacheco. UNAM, 1967, pp. 18-20.

Invitación a los intelectuales y maestros para que se inscriban como misioneros (1922). Por José Vasconcelos

La Cámara de Diputados, voz legítima de la opinión nacional, acaba de declarar que la primera necesidad del país, en materia educativa, es intensificar el esfuerzo de los maestros misioneros creados no hace mucho tiempo por la Secretaría de Educación; maestros animados de espíritu apostólico que vayan a los campos a enseñar la vida; maestros de trabajo y de amor.

La Representación Nacional quiere que el maestro vaya al campo a compartir las penalidades de los humildes para educarlos con el ejemplo. Y el suscrito, que desde su discurso inaugural en la Universidad —hace más de dos años— esbozó este mismo programa, aunque no ha podido llevarlo a la práctica con toda la amplitud necesaria, recoge ahora las recomendaciones del Congreso con la devoción que merece un mandato nacional y desde luego invita a los intelectuales y a los maestros, a los más cultos intelectuales y a los más sabios maestros, para que realicen esta cruzada santa contra la ignorancia, inscribiéndose como misioneros de la civilización y del bien.

Ya es tiempo de demostrar a los campos que la ciudad no solamente incuba la explotación y el desdén, sino que puede engendrar abnegación y virtudes. Es menester que el intelectual se redima de su pecado de orgullo, aprendiendo la vida simple y dura del hombre del pueblo, pero no para rebajar su propia mente, sino para levantarla junto con la del humilde.

Me dirijo especialmente a los maestros jóvenes y cultos, a los escritores, a los poetas y los artistas, particularmente a los que aún no tienen treinta años y ya se han habituado al pasar oscuro de la ciudad, repartido entre una oficina, donde se simula el trabajo y unas cuantas horas de holganza o de vicios que la mentira convencional llama placeres, y les pregunto qué harían si un peligro social, como la aparición de un tirano o un peligro nacional, requieriése su denuedo?…

Me responderán que acudirán a las armas; pues bien, se trata de una lucha mucho más noble que la triste necesidad de ir a matar hombres; se trata de ir a salvar hombres; no de apagar la vida, sino de hacerla más luminosa. No seréis mensajeros de muerte, sino sembradores de alegría. Si sois poetas, renegad de vuestras rutinas, abrazándose por un año o dos a la pobreza, y partid a caminar por esos valles y esos montes donde el viento es puro y las estrellas son claras. Si sois artistas, ¿cómo esperáis hallar inspiración bajo el techo de la oficina o del hogar, o en medio de la estupidez de los salones? Si queréis hacer obra mañana, id primero a conocer la fatiga y el llanto, la claridad de los cielos y la altura del monte; id a despertar almas, que cada una que se despeje sera como una estrella que aparece en la tierra; alistaos en las filas de los maestros misioneros.

Los puestos vacantes serán cubiertos con los mejores, pues debemos evitar a toda costa que se pierda el esfuerzo que hará el Gobierno para pagar estos sueldos, si no logramos formar más que un ejército de burócratas. Lo más selecto y noble de la juventud mexicana tiene en estos instantes la ocasión de ir a imitar a Las Casas, el creador, al revés de tantas generaciones nuestras que no han hecho otra cosa que imitar a Cortés el destructor.

¡Soldados del ideal, más fuertes que todos los soldados de la materia, la Nación os llama; despertad dentro de vosotros todas las ambiciones de gloria y de bien, porque sonó la hora de una misión sublime! ¿Acaso no sentís en las plantas el ansia de pisar la tierra, y que el corazón se os enciende pensando en las almas que ansían la luz? ¿Qué valen todos los goces que compra el dinero de vuestros salarios, comparados con la gloria de los campos y la dicha de iluminar las almas? ¿Y qué importa todo lo que renunciás, si al comenzar a repartir sentiréis que crece dentro de vosotros un tesoro, multiplicado por la abundancia de vuestro sacrificio?

Sacrificio, no sólo por las comodidades que vais a abandonar, sino por la profesión de humildad que deberéis hacer para entender mejor las necesidades de vuestros alumnos; sacrificio porque tendréis que adiestrar las manos en el trabajo que aumenta el bienestar de vuestros instantes, y porque habréis de adoptar formas sencillas para trasmitir vuestras enseñanzas. Jamás se ha presentado a los jóvenes misión más noble; quienes la acepten serán, sin duda, luz del mañana y conductores de la generación próxima.

J. Vasconcelos

(Del «Heraldo de México», 20 de diciembre de 1922)

José Vasconcelos. «Invitación a los intelectuales y maestros para que se inscriban como misioneros», Boletín de la Secretaría de Educación Pública, México, 1923, pp. 177-178.

Llamamiento a los intelectuales de América. Conferencia Panamericana de Ayuda a los Republicanos Españoles, México, 1940

Atormentados por la doble angustia de haber perdido su patria y su libertad, millares de hombres españoles: Universitarios, artistas, literatos, maestros, estudiantes, pertenecientes a las más opuestas ideologías, y abarcando desde la categoría más modesta y humilde hasta la de aquellos otros de prestigio universalmente reconocido y, junto a ellos, los demás hombres de su pueblo, labradores,técnicos y de otros oficios, esperan su salvación desde los campos de concentración de Europa en guerra, con la fe puesta en la generosidad, en el sentimiento liberal, en la tradicional solidaridad humana de los pueblos de América.

Sus vidas apasionadamente entregadas a la profesión de la cultura, su esperanza de ejercerla para bien del hombre y cumplimiento de sus destinos, su arrebatado amor a la verdad, al humanismo profundo que los movió a sacrificar sus seguridades materiales, no pueden perderse en la desesperación, en la soledad de un destierro que les impone la misma humillación material y moral y la misma imposibilidad de continuar sus investigaciones, su labor creadora, su cátedra o su estudio, de continuar incluso existiendo, que si permanecieran en la Patria que abandonaron para evitar la muerte, la venganza ciega, el odio irreflexivo. Por nuestra condición de intelectuales, y más aún de intelectuales de las democracias hispanoamericanas, unidos a su linaje por hermandad de sangre y de vocación, y por lo que para el porvenir de los pueblos puede significar ese caudal de fe en el hombre y en el espíritu, no puede faltar nuestro apoyo a la Conferencia Panamericana de Ayuda a los republicanos españoles, que se celebrará en México los días 14 al 17 de febrero de 1940.

La palabra: hispanoamérica, la cultura hispanoamericana, son sentimientos vivos de honda fraternidad humana; clara decisión de solidaridad para todos los hombres de buena voluntad que con nuestra misma voz liberal, llamen a nuestros corazones, a nuestros ideales, con el derecho que su lealtad les concede.

Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Carlos Pellicer, Martín Luis Guzmán, Antonio Castro Leal, Daniel Cossío Villegas, José Mancisidor, Luis Cardoza y Aragón, Andrés Henestrosa, David A. Siqueiros, Jesús Guerrero Galván, Silvestre Revueltas, Octavio Paz, José Alvarado, Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez

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Carta a la juventud de Colombia. Por José Vasconcelos

Dirigida a Germán Arciniégas

Muy estimado señor y amigo:

He recibido su carta de abril último, en que me comunica la próxima celebración de un Congreso de la juventud colombiana, y me pide algunas palabras para tal ocasión. Su carta me ha conmovido no sólo porque me han recordado ustedes, sino porque los hijos de esta época, batalladora, sentimos a menudo la necesidad de descansar el anhelo en quienes nos han de reemplazar mañana. Viendo tan corto lo que hoy se alcanza, nos consuela mirar hacia los que pueden empujar el ideal, así que nosotros caigamos vencidos. Nadie puede explicar qué es lo que vienen a hacer sobre esta tierra maldita, los millares de seres que nacen a diario para padecer y morir sin dejar huella. Las teorías de la vida como redención parecían irrefutables cuando el pensamiento se encerraba en la tribu y se creía que el ciclo de la existencia planetaria abarcaba unos cuantos siglos, desde el Génesis hasta el juicio final; pero de entonces a la fecha, el espíritu humano ha creado otra Biblia en el conocimiento científico, fundado en el raciocinio, la observación y la experiencia, fuentes también divinas de sabiduría, y esta nueva Biblia nos habla de un planeta que ha tardado miles, acaso millones de años, en constituirse y de una sucesión de especies y de seres, entre los cuales aparecemos nosotros como un instante asombroso, que fulgura brevemente para rodar en el abismo dé los milenios. Ante esta concepción absurda y vasta, ¿qué hemos de hacer sino aprovechar nuestro instante para ensancharlo en toda la plenitud de los tiempos; para prolongarlo, ya que es tan Corto en toda la extensión infinita?

Todos vemos, unos confusamente, otros con clarividencia, que somos arrastrados por una corriente sombría que se ilumina a ratos con fulgor, como de intuición divina. Lograr estos instantes de iluminación, en que adivinamos una manera de escapar del ciclo absurdo, tal es la potencialidad más alta de nuestra naturaleza y el fin supremo de la vida. Pero si hemos de ejercitar nuestra conciencia, ya sea para este objeto o para otro cualquiera, es necesario romper la modorra del cuerpo y la estupidez del ambiente. Para que el cuerpo no moleste se le satisface; para que el trabajo no robe toda nuestra energía, se perfecciona nuestro dominio sobre la naturaleza, obligándola a que rinda frutos con poco esfuerzo; y para que la vida social se convierta en una colaboradora del espíritu, hay que reformarla a base de franqueza y de justicia, franqueza que descubre la realidad hasta lo más recóndito y justicia derivada, no de las leyes que son fruto de las argucias de la mente, sino de la ley superior del corazón. De esta suerte, produciendo riqueza con el trabajo y repartiendo los bienes con equidad, se logrará que todos puedan dar su mendrugo al cuerpo, sin necesidad de vender el tesoro mayor del alma, que es el tiempo. La maldición de la vida colectiva resulta del contraste de la pereza de los que no trabajan, y la esclavitud de los que trabajan tanto, que el trabajo material les consume la capacidad de la meditación y la alegría. Este es el estado de barbarie en que el mundo ha vivido hasta la fecha, pero precisamente se caracteriza nuestra época por un anhelo de redención universal y de dicha para todos, sin hipocresías y sin simulaciones. Desde que Tolstoi acabó con el mito del genio como caudillo, ya no buscan los pueblos ídolos que ensalzar, sino injusticia que corregir. El Quijote triunfa en el mundo; pero ha aprendido mucho en estos siglos de fracasos, y ahora ya no es el loco que mueve a risa, sino el caballero de la fuerza, al servicio de la generosidad y de la inteligencia. El genio para nosotros no es el que arrebata para sí gloria o poder, sino el que derrocha saber o energía. Y nuestra época toda, quiere que sea universal, todo lo que ha sido exclusivo: la dicha, el saber, el poder… Queremos, además, que lo excelso se cumpla no sólo allá arriba, sino también aquí abajo, y tachamos de impostor a todo el que levanta, impotente, las manos al cielo, en vez de usar los puños para corregir la injusticia… ¿Pero dónde va a estar el centro de esta palingenesia próxima, a la vez humana y divina?…

Los europeos, con el pretexto de ambiciones nacionalistas, pero en realidad porque se han reproducido con exceso, seguirán destrozándose hasta que las matanzas y la emigración descongestionen de habitantes una tierra que llegó a dar más bocas que panes. Víctimas de una organización errada, no podrán enseñarnos; se limitarán a invadirnos, proporcionándonos la savia de una humanidad nueva. La mezcla libre de razas y culturas, reproducirá en mayor escala y con mejores elementos. el ensayo de universalismo que fracasó en Norteamérica.

Allí fracasó porque se volvió norteamericanismo; aquí puede salvarse si la ductibilidad y la fuerza ibéricas ponen la base de un tipo realmente universal. La conciencia de esta misión late en todos los pueblos de la América Latina. y da impulso al latinoamericanismo contemporáneo. Un moderno latinoamericanismo distinto del de Bolívar, porque el de entonces era un sueño político, en tanto que el de ahora es étnico. Bolívar quería una Liga de Naciones Americanas, que no excluía a los Estados Unidos del Norte. Nosotros queremos la unión de los pueblos ibéricos, sin excluir a España y comprendiendo expresamente al Brasil; y tenemos que excluir a los Estados Unidos, no por odio, sino porque ellos representan otra expresión de la historia humana. Bolívar interpretando en grande las ideas de su tiempo, quiso una Liga de Naciones Americanas, capaz de garantizar la libertad de todo el mundo.

Esto mismo volvió a expresarlo, con menos grandeza, cien años más tarde, el doctrinarismo mediocre de Wodrow Wilson; cuando excitaba a las naciones americanas, para que participasen en la guerra europea, con el fin de garantizar la «democracia en el mundo». A Bolívar no se le oyó porque no había llegado la hora; pero su ideal renace más preciso y más fuerte. A Wilson no se le escuchó porque los países ibéricos saben lo que es la democracia en el país del dólar; y tienen su propio ideal no meramente político, sino más bien místico, de dar expresión a cada raza conforme a su misión y su temperamento. Dentro del más generoso internacionalismo y reconociendo lealmente la universal capacidad de los hombres, queremos, sin embargo, que los pueblos no sean despojados de sus caracteres espirituales propios, porque cada uno de ellos es como un camino distinto para la revelación de lo divino, y nadie tiene derecho de suprimir uno solo de esos caminos. Creemos que es más importante para una raza, conservar su idiosincrasia que su territorio, y por eso exigimos la emancipación espiritual por encima de la política. En este punto, Bolívar no podía pensar como nosotros; acababa de sacudir el yugo español, y llevado de un exceso natural de sentimiento, se inclinaba a simpatizar con el inglés, el ancestral enemigo de España y de la raza española; en cambio, ahora sentimos que vuelve a ser nuestro enemigo el que lo sea de España. Este retorno al sentido común ha sido muy lento, a tal grado, que todavía algunos pueblos de nuestro Continente, se ufanan de guerreros de la independencia que eran irlandeses o escoceses. héroes y todo, pero al fin súbditos británicos, que peleaban de paso por el país americano, pero en realidad por atavismo de estirpe y porque liberando a la América Española, se debilitaba a España y se agrandaba Inglaterra. La confusión de sentimientos no tiene nada de extraño, pues mal podemos depurar la historia, cuando nuestras mismas ideas no han estado enteramente claras.

A raíz de nuestra independencia nos salieron tutores, y la presión mental de Francia sirvió, como ha servido casi siempre, en la historia, para debilitar a los latinos y asegurar el triunfo de los ingleses. El nacionalismo francés, torpemente imitado, nos llevó a constituir patrias ajenas, unas de otros, y sin darnos cuenta, reemplazamos todo lo que tiene de más firme un pueblo, su tradición noble, sus parentescos raciales, su unidad histórica, por la vana palabrería importada con etiquetas extrañas. Así nos disgregamos, hipnotizados con la primer tontería llegada de París, y todo esto lo hacíamos mientras la raza sajona, llevada de un sabio instinto, se organizaba para constituir el «english speaking world» contemporáneo, dominador del planeta. El intento de conquista hecho por los ingleses en la Argentina y las usurpaciones de territorios consumados en Venezuela, en México, etc., sirvieron para, recordarnos el peligro. Los cinco o seis mil ingleses aniquilados totalmente en Buenos Aires, nos hicieron ver que la patria no es un solo territorio y la libertad política, sino también, y principalmente, la estirpe, es decir, el tipo de cultura a que cada pueblo pertenece. La mera nacionalidad se forja en papeles;  la estirpe la constituye la vida. La creación de las nacionalidades latinoamericanas fue obra de la política. La creación de las nacionalidades latinoamericanas fué un caso de suicidio colectivo. Bolívar lo comprendió, y para evitarlo empleó todos los recursos de su enorme ingenio; sin embargo, el egoísmo, las barreras naturales y el interés de las potencias extrañas fueron más fuertes. El interés de Inglaterra prefirió veinte clientes a uno solo. La vanidad de Francia no podía ver bien un gran pueblo delante del cual hubiera parecido la maestra un poco ridícula, pero consintió en mostrar cierta desdeñosa condescendencia, para los veinte discípulos, como nosotros mismos dimos en llamarnos. Nos IIegó todo lo extraño; los ingleses se apoderaron de nuestros mercados, regalándonos teorías conforme a las cuales ellos son la raza superior y nosotros unos mestizos, capaces tal vez de aprender, pero mediante la obediencia y la imitación. Los franceses nos llenaron de cosas bonitas y llegaban a la Argentina para decir que aquél era el mejor país de la América, porque se hallaba más cerca culturalmente de Francia, y en seguida permitían que el peruano se afrancesara, como discípulo prediilecto, para gloriarse a renglón seguido, de que todavía era más francés el Brasil; y todos estábamos de acuerdo en que… el cerebro del mundo estaba en París. Los franceses, en cambio, opinaban concordes que el latinoamericano era un infeliz. Y tenían razón; entregamos las riquezas y entregamos el alma, y como buenos descastados no hacíamos otra cosa que injuriar a España, ensoberbecidos de nuestros amos nuevos, porque amos fueron hasta en la protección o tolerancia que siempre prestaron a los déspotas que sabían favorecer sus intereses. Contémplese la Venezuela de hoy, feudo del último y más monstruoso de los tiranos, protegido de las compañías extranjeras que explotan el país, y se verá como en un espejo lo que en distintas épocas fueron la Argentina, el Ecuador, Guatemala y México. Nuestra independencia estuvo en el papel, y nuestro decoro en el fango. Países de opereta trágica; razas bastardas, hemos sido los simios del mundo, porque habiendo renegado de casi todo lo propio, nos pusimos a imitar sin fe y sin esperanza de crear. La guerra sostenida por Juárez contra los franceses inicia la confusión en México; otros países más afortunados se han ido regenerando por el esfuerzo ordenado de su propio desarrollo, y hemos llegado, por fin, al período decisivo en que vivimos, para escuchar que de uno a otro confín surge renovado el concepto boliviano, pero ahora mucho más profundo, porque ya no busca la liga política para fines abstractos, sino la integración de una raza, que llega al instante de su misión universal. ¡Dichosa la juventud latinoamericana que llega a la vida cuando se sientan las bases de un nuevo período de la historia del mundo!

iPero cómo va a necesitar tesón y clarividencia para que no la ciegue el torbellino de los sucesos y para que los venidos de fuera no la desplacen de su papel interpretativo del aporte ajeno y unificador de la creación humana! Necesita sanear el ambiente para que la vida nueva se desarrolle vigorosa y libre. Necesita implantar la justicia para que no se produzca aquí una nueva barbarie, sino una verdadera civilización.

Los que sólo ven hacia atrás, los que transigen con la injusticia y con la mentira no podrán manejar el material humano que va a desbordarse sobre nosotros. Si la juventud no conquista el heroísmo que los tiempos reclaman, los recién venidos nos quitarán el papel de directores para hacer una cultura híbrida. La harán ellos si no la improvisamos nosotros; pero ellos pasarán años en adaptarse al nuevo ambiente y entretanto la civilización languidecerá o quedará destruída. En cambio, si la juventud de estos instantes toma sobre sus hombros la misión varonil, la victoria humana será gloriosa y rápida. Los extranjeros vendrán y quizás, no en son de conquista; los trataremos bien, porque son de noble sustancia humana y porque el abuso y la deslealtad no traen sino disolución y fracaso. Fraternalmente mejoraremos lo que se ha hecho antes, y el mundo se beneficiará con nuestro triunfo, y seremos la primera raza universal.

Confío mucho en ustedes, porque hay en Colombia un rancio espíritu casteIlano que obrará prodigios. El afán con que ustedes han cuidado la pureza del idioma es una garantía de que poseen ese orgullo propio sólo de las razas creadoras. Todo extranjerismo es fecundo si se le depura y organiza dentro del molde nativo, como lo hace el inglés y como lo hacía el español cuando era fuerte; en cambio, no hay caso más lamentable que el de toda nuestra América Española, empeñada durante un siglo en afrancesarse y anglicanizarse, como si no hubiera en nuestra propia sangre materia capaz de redención y de esplendor. No es copiando modas y costumbres extrañas como se puede regenerar una raza. sino cortando de raíz los abusos que son la causa de nuestro atraso; la pereza y el prejuicio, el abuso económico y político. Por eso los jóvenes deben exigir mucho y tercamente. La inercia social recorta y aplana bastante todos los ideales, para que ya desde que nacen salgan envilecidos por la conveniencia, y amenguados por una falsa prudencia. Hay en el entusiasmo eficaz una especie de cálculo instintivo que nos Ileva a pedir mucho para lograr aunque sea un poco. Reflexione la juventud, que no es sólo haciendo discursos, como se reforma el mundo, sino preparándose para llevar a la práctica todas las ideas que a nosotros nos parezcan buenas aunque el resto de la sociedad las repruebe. La sociedad en que se vive, generalmente, representa lo que ya ha pasado: el espíritu, en cambio, vive en perpetuo mañana; su intención de conjunto nos hace ser hombre antiguo y hombre moderno, rejuvenecedor del presente y visionario del porvenir. Sólo rompiendo abiertamente con el medio contemporáneo podremos alcanzar progreso.

Los prejuicios sociales y la mala distribución de la riqueza hacen que entre nosotros no exista civilización. En México. en la Argentina y en Chile, unas cuantas familias son dueñas de todas las tierras, y no la cultivan sino en parte y mantienen a sus colonos o arrendatarios en estado de vasallaje feudal. Probablemente lo mismo pasa en Colombia y Perú y en todas partes. Hay que dividir la tierra para que todos tengan patria. El progreso demanda que se desenvaine la espada de Cristo contra todos los enemigos del bienestar general en los hombres. Y la juventud está en el deber de proclamarse aliada de Cristo. Para los jóvenes no puede haber dos partidos: para los jóvenes no hay más que un partido: el avanzado. Los jóvenes que no sienten el impulso de la reivindicación generosa e inmediata no fundan patria ni conquistan gloria. Si son mediocres podrán gozar del mundo, pero llegarán al cielo sin una noble angustia, sin un ideal hecho pedazos. Nada importa, pues, el éxito inmediato; los tiempos son de lucha y los jóvenes colombianos no están solos en la cruzada moderna. Yo he visto la multitud estudiantil argentina en el Plata y en Córdoba, proclamando libertad y justicia. Yo he oído los gritos ásperos, de noble afán contenido, de la juventud chilena; y los brasileños y los mexicanos, todos estamos unidos en el mismo empeño de mejorar la condición humana, y el día que todos esos propósitos en manos de ustedes se vuelvan acción, el pasado se derrumbará para siempre.

Quedo de usted afectísimo amigo y atento seguro servidor…

José Vasconcelos

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