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Carta a la juventud de Colombia. Por José Vasconcelos

Dirigida a Germán Arciniégas

Muy estimado señor y amigo:

He recibido su carta de abril último, en que me comunica la próxima celebración de un Congreso de la juventud colombiana, y me pide algunas palabras para tal ocasión. Su carta me ha conmovido no sólo porque me han recordado ustedes, sino porque los hijos de esta época, batalladora, sentimos a menudo la necesidad de descansar el anhelo en quienes nos han de reemplazar mañana. Viendo tan corto lo que hoy se alcanza, nos consuela mirar hacia los que pueden empujar el ideal, así que nosotros caigamos vencidos. Nadie puede explicar qué es lo que vienen a hacer sobre esta tierra maldita, los millares de seres que nacen a diario para padecer y morir sin dejar huella. Las teorías de la vida como redención parecían irrefutables cuando el pensamiento se encerraba en la tribu y se creía que el ciclo de la existencia planetaria abarcaba unos cuantos siglos, desde el Génesis hasta el juicio final; pero de entonces a la fecha, el espíritu humano ha creado otra Biblia en el conocimiento científico, fundado en el raciocinio, la observación y la experiencia, fuentes también divinas de sabiduría, y esta nueva Biblia nos habla de un planeta que ha tardado miles, acaso millones de años, en constituirse y de una sucesión de especies y de seres, entre los cuales aparecemos nosotros como un instante asombroso, que fulgura brevemente para rodar en el abismo dé los milenios. Ante esta concepción absurda y vasta, ¿qué hemos de hacer sino aprovechar nuestro instante para ensancharlo en toda la plenitud de los tiempos; para prolongarlo, ya que es tan Corto en toda la extensión infinita?

Todos vemos, unos confusamente, otros con clarividencia, que somos arrastrados por una corriente sombría que se ilumina a ratos con fulgor, como de intuición divina. Lograr estos instantes de iluminación, en que adivinamos una manera de escapar del ciclo absurdo, tal es la potencialidad más alta de nuestra naturaleza y el fin supremo de la vida. Pero si hemos de ejercitar nuestra conciencia, ya sea para este objeto o para otro cualquiera, es necesario romper la modorra del cuerpo y la estupidez del ambiente. Para que el cuerpo no moleste se le satisface; para que el trabajo no robe toda nuestra energía, se perfecciona nuestro dominio sobre la naturaleza, obligándola a que rinda frutos con poco esfuerzo; y para que la vida social se convierta en una colaboradora del espíritu, hay que reformarla a base de franqueza y de justicia, franqueza que descubre la realidad hasta lo más recóndito y justicia derivada, no de las leyes que son fruto de las argucias de la mente, sino de la ley superior del corazón. De esta suerte, produciendo riqueza con el trabajo y repartiendo los bienes con equidad, se logrará que todos puedan dar su mendrugo al cuerpo, sin necesidad de vender el tesoro mayor del alma, que es el tiempo. La maldición de la vida colectiva resulta del contraste de la pereza de los que no trabajan, y la esclavitud de los que trabajan tanto, que el trabajo material les consume la capacidad de la meditación y la alegría. Este es el estado de barbarie en que el mundo ha vivido hasta la fecha, pero precisamente se caracteriza nuestra época por un anhelo de redención universal y de dicha para todos, sin hipocresías y sin simulaciones. Desde que Tolstoi acabó con el mito del genio como caudillo, ya no buscan los pueblos ídolos que ensalzar, sino injusticia que corregir. El Quijote triunfa en el mundo; pero ha aprendido mucho en estos siglos de fracasos, y ahora ya no es el loco que mueve a risa, sino el caballero de la fuerza, al servicio de la generosidad y de la inteligencia. El genio para nosotros no es el que arrebata para sí gloria o poder, sino el que derrocha saber o energía. Y nuestra época toda, quiere que sea universal, todo lo que ha sido exclusivo: la dicha, el saber, el poder… Queremos, además, que lo excelso se cumpla no sólo allá arriba, sino también aquí abajo, y tachamos de impostor a todo el que levanta, impotente, las manos al cielo, en vez de usar los puños para corregir la injusticia… ¿Pero dónde va a estar el centro de esta palingenesia próxima, a la vez humana y divina?…

Los europeos, con el pretexto de ambiciones nacionalistas, pero en realidad porque se han reproducido con exceso, seguirán destrozándose hasta que las matanzas y la emigración descongestionen de habitantes una tierra que llegó a dar más bocas que panes. Víctimas de una organización errada, no podrán enseñarnos; se limitarán a invadirnos, proporcionándonos la savia de una humanidad nueva. La mezcla libre de razas y culturas, reproducirá en mayor escala y con mejores elementos. el ensayo de universalismo que fracasó en Norteamérica.

Allí fracasó porque se volvió norteamericanismo; aquí puede salvarse si la ductibilidad y la fuerza ibéricas ponen la base de un tipo realmente universal. La conciencia de esta misión late en todos los pueblos de la América Latina. y da impulso al latinoamericanismo contemporáneo. Un moderno latinoamericanismo distinto del de Bolívar, porque el de entonces era un sueño político, en tanto que el de ahora es étnico. Bolívar quería una Liga de Naciones Americanas, que no excluía a los Estados Unidos del Norte. Nosotros queremos la unión de los pueblos ibéricos, sin excluir a España y comprendiendo expresamente al Brasil; y tenemos que excluir a los Estados Unidos, no por odio, sino porque ellos representan otra expresión de la historia humana. Bolívar interpretando en grande las ideas de su tiempo, quiso una Liga de Naciones Americanas, capaz de garantizar la libertad de todo el mundo.

Esto mismo volvió a expresarlo, con menos grandeza, cien años más tarde, el doctrinarismo mediocre de Wodrow Wilson; cuando excitaba a las naciones americanas, para que participasen en la guerra europea, con el fin de garantizar la «democracia en el mundo». A Bolívar no se le oyó porque no había llegado la hora; pero su ideal renace más preciso y más fuerte. A Wilson no se le escuchó porque los países ibéricos saben lo que es la democracia en el país del dólar; y tienen su propio ideal no meramente político, sino más bien místico, de dar expresión a cada raza conforme a su misión y su temperamento. Dentro del más generoso internacionalismo y reconociendo lealmente la universal capacidad de los hombres, queremos, sin embargo, que los pueblos no sean despojados de sus caracteres espirituales propios, porque cada uno de ellos es como un camino distinto para la revelación de lo divino, y nadie tiene derecho de suprimir uno solo de esos caminos. Creemos que es más importante para una raza, conservar su idiosincrasia que su territorio, y por eso exigimos la emancipación espiritual por encima de la política. En este punto, Bolívar no podía pensar como nosotros; acababa de sacudir el yugo español, y llevado de un exceso natural de sentimiento, se inclinaba a simpatizar con el inglés, el ancestral enemigo de España y de la raza española; en cambio, ahora sentimos que vuelve a ser nuestro enemigo el que lo sea de España. Este retorno al sentido común ha sido muy lento, a tal grado, que todavía algunos pueblos de nuestro Continente, se ufanan de guerreros de la independencia que eran irlandeses o escoceses. héroes y todo, pero al fin súbditos británicos, que peleaban de paso por el país americano, pero en realidad por atavismo de estirpe y porque liberando a la América Española, se debilitaba a España y se agrandaba Inglaterra. La confusión de sentimientos no tiene nada de extraño, pues mal podemos depurar la historia, cuando nuestras mismas ideas no han estado enteramente claras.

A raíz de nuestra independencia nos salieron tutores, y la presión mental de Francia sirvió, como ha servido casi siempre, en la historia, para debilitar a los latinos y asegurar el triunfo de los ingleses. El nacionalismo francés, torpemente imitado, nos llevó a constituir patrias ajenas, unas de otros, y sin darnos cuenta, reemplazamos todo lo que tiene de más firme un pueblo, su tradición noble, sus parentescos raciales, su unidad histórica, por la vana palabrería importada con etiquetas extrañas. Así nos disgregamos, hipnotizados con la primer tontería llegada de París, y todo esto lo hacíamos mientras la raza sajona, llevada de un sabio instinto, se organizaba para constituir el «english speaking world» contemporáneo, dominador del planeta. El intento de conquista hecho por los ingleses en la Argentina y las usurpaciones de territorios consumados en Venezuela, en México, etc., sirvieron para, recordarnos el peligro. Los cinco o seis mil ingleses aniquilados totalmente en Buenos Aires, nos hicieron ver que la patria no es un solo territorio y la libertad política, sino también, y principalmente, la estirpe, es decir, el tipo de cultura a que cada pueblo pertenece. La mera nacionalidad se forja en papeles;  la estirpe la constituye la vida. La creación de las nacionalidades latinoamericanas fue obra de la política. La creación de las nacionalidades latinoamericanas fué un caso de suicidio colectivo. Bolívar lo comprendió, y para evitarlo empleó todos los recursos de su enorme ingenio; sin embargo, el egoísmo, las barreras naturales y el interés de las potencias extrañas fueron más fuertes. El interés de Inglaterra prefirió veinte clientes a uno solo. La vanidad de Francia no podía ver bien un gran pueblo delante del cual hubiera parecido la maestra un poco ridícula, pero consintió en mostrar cierta desdeñosa condescendencia, para los veinte discípulos, como nosotros mismos dimos en llamarnos. Nos IIegó todo lo extraño; los ingleses se apoderaron de nuestros mercados, regalándonos teorías conforme a las cuales ellos son la raza superior y nosotros unos mestizos, capaces tal vez de aprender, pero mediante la obediencia y la imitación. Los franceses nos llenaron de cosas bonitas y llegaban a la Argentina para decir que aquél era el mejor país de la América, porque se hallaba más cerca culturalmente de Francia, y en seguida permitían que el peruano se afrancesara, como discípulo prediilecto, para gloriarse a renglón seguido, de que todavía era más francés el Brasil; y todos estábamos de acuerdo en que… el cerebro del mundo estaba en París. Los franceses, en cambio, opinaban concordes que el latinoamericano era un infeliz. Y tenían razón; entregamos las riquezas y entregamos el alma, y como buenos descastados no hacíamos otra cosa que injuriar a España, ensoberbecidos de nuestros amos nuevos, porque amos fueron hasta en la protección o tolerancia que siempre prestaron a los déspotas que sabían favorecer sus intereses. Contémplese la Venezuela de hoy, feudo del último y más monstruoso de los tiranos, protegido de las compañías extranjeras que explotan el país, y se verá como en un espejo lo que en distintas épocas fueron la Argentina, el Ecuador, Guatemala y México. Nuestra independencia estuvo en el papel, y nuestro decoro en el fango. Países de opereta trágica; razas bastardas, hemos sido los simios del mundo, porque habiendo renegado de casi todo lo propio, nos pusimos a imitar sin fe y sin esperanza de crear. La guerra sostenida por Juárez contra los franceses inicia la confusión en México; otros países más afortunados se han ido regenerando por el esfuerzo ordenado de su propio desarrollo, y hemos llegado, por fin, al período decisivo en que vivimos, para escuchar que de uno a otro confín surge renovado el concepto boliviano, pero ahora mucho más profundo, porque ya no busca la liga política para fines abstractos, sino la integración de una raza, que llega al instante de su misión universal. ¡Dichosa la juventud latinoamericana que llega a la vida cuando se sientan las bases de un nuevo período de la historia del mundo!

iPero cómo va a necesitar tesón y clarividencia para que no la ciegue el torbellino de los sucesos y para que los venidos de fuera no la desplacen de su papel interpretativo del aporte ajeno y unificador de la creación humana! Necesita sanear el ambiente para que la vida nueva se desarrolle vigorosa y libre. Necesita implantar la justicia para que no se produzca aquí una nueva barbarie, sino una verdadera civilización.

Los que sólo ven hacia atrás, los que transigen con la injusticia y con la mentira no podrán manejar el material humano que va a desbordarse sobre nosotros. Si la juventud no conquista el heroísmo que los tiempos reclaman, los recién venidos nos quitarán el papel de directores para hacer una cultura híbrida. La harán ellos si no la improvisamos nosotros; pero ellos pasarán años en adaptarse al nuevo ambiente y entretanto la civilización languidecerá o quedará destruída. En cambio, si la juventud de estos instantes toma sobre sus hombros la misión varonil, la victoria humana será gloriosa y rápida. Los extranjeros vendrán y quizás, no en son de conquista; los trataremos bien, porque son de noble sustancia humana y porque el abuso y la deslealtad no traen sino disolución y fracaso. Fraternalmente mejoraremos lo que se ha hecho antes, y el mundo se beneficiará con nuestro triunfo, y seremos la primera raza universal.

Confío mucho en ustedes, porque hay en Colombia un rancio espíritu casteIlano que obrará prodigios. El afán con que ustedes han cuidado la pureza del idioma es una garantía de que poseen ese orgullo propio sólo de las razas creadoras. Todo extranjerismo es fecundo si se le depura y organiza dentro del molde nativo, como lo hace el inglés y como lo hacía el español cuando era fuerte; en cambio, no hay caso más lamentable que el de toda nuestra América Española, empeñada durante un siglo en afrancesarse y anglicanizarse, como si no hubiera en nuestra propia sangre materia capaz de redención y de esplendor. No es copiando modas y costumbres extrañas como se puede regenerar una raza. sino cortando de raíz los abusos que son la causa de nuestro atraso; la pereza y el prejuicio, el abuso económico y político. Por eso los jóvenes deben exigir mucho y tercamente. La inercia social recorta y aplana bastante todos los ideales, para que ya desde que nacen salgan envilecidos por la conveniencia, y amenguados por una falsa prudencia. Hay en el entusiasmo eficaz una especie de cálculo instintivo que nos Ileva a pedir mucho para lograr aunque sea un poco. Reflexione la juventud, que no es sólo haciendo discursos, como se reforma el mundo, sino preparándose para llevar a la práctica todas las ideas que a nosotros nos parezcan buenas aunque el resto de la sociedad las repruebe. La sociedad en que se vive, generalmente, representa lo que ya ha pasado: el espíritu, en cambio, vive en perpetuo mañana; su intención de conjunto nos hace ser hombre antiguo y hombre moderno, rejuvenecedor del presente y visionario del porvenir. Sólo rompiendo abiertamente con el medio contemporáneo podremos alcanzar progreso.

Los prejuicios sociales y la mala distribución de la riqueza hacen que entre nosotros no exista civilización. En México. en la Argentina y en Chile, unas cuantas familias son dueñas de todas las tierras, y no la cultivan sino en parte y mantienen a sus colonos o arrendatarios en estado de vasallaje feudal. Probablemente lo mismo pasa en Colombia y Perú y en todas partes. Hay que dividir la tierra para que todos tengan patria. El progreso demanda que se desenvaine la espada de Cristo contra todos los enemigos del bienestar general en los hombres. Y la juventud está en el deber de proclamarse aliada de Cristo. Para los jóvenes no puede haber dos partidos: para los jóvenes no hay más que un partido: el avanzado. Los jóvenes que no sienten el impulso de la reivindicación generosa e inmediata no fundan patria ni conquistan gloria. Si son mediocres podrán gozar del mundo, pero llegarán al cielo sin una noble angustia, sin un ideal hecho pedazos. Nada importa, pues, el éxito inmediato; los tiempos son de lucha y los jóvenes colombianos no están solos en la cruzada moderna. Yo he visto la multitud estudiantil argentina en el Plata y en Córdoba, proclamando libertad y justicia. Yo he oído los gritos ásperos, de noble afán contenido, de la juventud chilena; y los brasileños y los mexicanos, todos estamos unidos en el mismo empeño de mejorar la condición humana, y el día que todos esos propósitos en manos de ustedes se vuelvan acción, el pasado se derrumbará para siempre.

Quedo de usted afectísimo amigo y atento seguro servidor…

José Vasconcelos

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Aviso sobre la trayectoria de la modernidad. Por Octavio Paz

La expresión poesía mexicana es ambigua: ¿poesía escrita por mexicanos o poesía que de alguna manera revela el espíritu, la realidad o el carácter de México? Nuestros poetas escriben un español de mexicanos del siglo XX pero la mexicanidad de sus poemas es tan dudosa como la idea misma de genio nacional. Se dice que López Velarde es el más mexicano de nuestros poetas y, no obstante, se afirma que su obra es de tal modo personal que sería inútil buscar una parecida entre sus contemporáneos y descendientes. Si aquello que le distingue es su mexicanidad, habría que concluir que ésta consiste en no parecerse a la de ningún otro mexicano. No sería un carácter general sino una anomalía personal. En realidad la obra de López Velarde tiene más de un parecido con la del argentino Lugones que, a su vez, se parece a la del francés Laforgue. No es el genio nacional sino el espíritu de la época lo que une a estos tres poetas tan distinto entre sí. Esta observación es aplicable a otras literaturas: Manrique se parece más a Villon que a Garcilaso, y Góngora está más cerca de Marino que de Berceo. Es discutible la existencia de una poesía barroca, romántica o simbolista. No niego las tradiciones nacionales ni el temperamento de los pueblos; afirmo que los estilos son universales o, más bien, internacionales. Lo que llamamos tradiciones nacionales son, casi siempre, versiones y adaptaciones de estilos que fueron universales. Por último, una obra es algo más que una tradición y un estilo: una creación única, una visión singular. A medida que la obra es más perfecta son menos visibles la tradición y el estilo. El arte aspira a la transparencia.

La poesía de los mexicanos es parte de una tradición más vasta: la de poesía de lengua castellana escrita en Hispanoamérica en la época moderna. Esta tradición no es la misma que la de España. Nuestra tradición es también y sobre todo un estilo polémico, en lucha constante con la tradición española y consigo mismo: al casticismo español opone un cosmopolitismo a su propio cosmopolitismo, una voluntad de ser americano. Apenas se hizo patente esta voluntad de estilo a partir del «modernismo», se entabló un diálogo entre España e Hispanoamérica. Ese diálogo es la historia de nuestra poesía: Darío y Jiménez, Machado y Lugones, Huidobro y Guillén, Neruda y García Lorca. Los poetas mexicanos participan en ese diálogo desde los tiempos de Gutiérrez Nájera y la Revista Azul. Sin este diálogo no habría poetas modernos en México pero asimismo, sin los mexicanos la poesía de nuestra lengua no sería lo que es. Subrayo el carácter hispanoamericano de nuestros autores porque creo que la poesía escrita en nuestro país es parte de un movimiento generacional que se inicia hacia 1885 en la porción hispánica de América. No hay poesía argentina, mexicana, venezolana: hay una poesía hispanoamericana o, más exactamente, una tradición y un estilo hispanoamericanos. Las historias nacionales de nuestra literatura son tan artificiales como nuestras fronteras políticas. Unas y otras son consecuencia del gran fracaso de las guerras de independencia. Nuestros libertadores y sus sucesores nos dividieron. Ahora bien, lo que separaron los caudillos ¿no lo unirá la poesía? Así pues, este libro sólo presenta un fragmento, la porción mexicana, de la poesía hispanoamericana. Esta limitación nacional, por más antipática que parezca, no es demasiado grave. Nuestro libro no es sino una contribución al diálogo hispanoamericano.

Si el criterio de nacionalidad me parece insuficiente, ¿qué decir del prejuicio de la modernidad? Escribo prejuicio porque convengo en que lo es. Ahora que es un prejuicio inseparable de nuestro ser mismo: la modernidad, desde hace cien años, es nuestro estilo. Es el estilo universal. Querer ser moderno parece locura: estamos condenados a serlo, ya que el futuro y el pasado nos están vedados. Pero la modernidad no consiste en resignarse a vivir este ahora fantasma que llamamos siglo XX. La modernidad es una decisión, un deseo de no ser como los que nos antecedieron y un querer ser el comienzo de otro tiempo. La sabiduría antigua predicaba vivir el instante -un instante único y, sin embargo, idéntico a todos los instantes que lo habían precedido. La modernidad afirma que el instante es único porque no se parece a los otros: nada hay nuevo bajo el sol, excepto las creaciones e inventos del hombre; nada es nuevo sobre la tierra, excepto el hombre que cambia cada día. Aquello que distingue el instante de los otros instantes es su carga de futuro desconocido. No repetición sino inauguración, ruptura y no continuidad. La tradición moderna es la tradición de la ruptura. Ilusoria o no, esta idea enciende al joven Rubén Darío y lo lleva a proclamar una estética nueva. El segundo gran movimiento del siglo se inicia también como ruptura: Huidobro y los ultraístas niegan con violencia el pasado inmediato.

El proceso es circular: la búsqueda de un futura termina siempre con la reconquista de un pasado. Ese pasado no es menos nuevo que el futuro: es un pasado reintentado. Cada instante nace un pasado y se apaga un futuro. La tradición también es un invento de la modernidad. O dicho de otro modo: la modernidad construye su pasado con la misma violencia con que edifica su futuro. Castillos en el aire, no menos fantásticos y vulnerables que los edificios intemporales de otras épocas. En suma, nuestro perjuicio  es más un destino: es asumir el tiempo que nos tocó vivir no como algo impuesto sino como algo querido -un tiempo que no se parece a los otros tiempos y que es siempre hasta en sus cacofonías y repeticiones, la encarnación de lo inesperado. La modernidad nace de la desesperación y está perpetuamente enamorada de lo inesperado. Su gloria y su castigo no son de este mundo: son las maravillas y los desengaños del futuro. Nuestro libro pretende reflejar la trayectoria de la modernidad en México: poesía en movimiento, poesía en rotación.

Las antologías aspiran a presentar los mejores poemas de un autor o de un período y, así, postulan implícitamente una visión más o menos estática de la literatura. Inclusive si admite que los gustos cambian, la crítica afirma casi siempre que las obras permanecen aunque la visión de un crítico sea distinta de la de otro crítico, el paisaje que contemplan es el mismo. Este libro está inspirado por una idea distinta: el paisaje también cambia, las obras no son nunca las mismas, los lectores son igualmente autores (actores). Las obras que nos apasionan son aquellas que se transforman indefinidamente; los poemas que amamos son mecanismos de significaciones sucesivas -una arquitectura que sin cesar se deshace y se rehace, un organismo en perpetua rotación. No la belleza quieta sino las mutaciones, las transformaciones. El poema no significa pero engendra las significaciones: es es lenguaje en su forma más pura.

Movilidad del paisaje contemplado y movilidad de punto de vista: no es lo mismo leer a Segovia o a Sabines desde la perspectiva de un lector de González Martínez que leer a Tablada o a Gorostiza desde la de Montes de Oca o de Aridjis. En el primer caso nuestro punto de vista será estático: vemos al presente desde un pasado consumado; en el segundo, vemos al pasado desde un presente en movimiento: el pasado insensible se anima, cambia, marcha hacia nosotros. En general la crítica busca la continuidad de una literatura a partir de autores consagrados: ve al pasado como un comienzo y al presente como un fin provisional; nosotros pretendemos alterar la visión acostumbrada: ver en el presente un comienzo, en el pasado un fin. Este fin también es provisional porque cambia a medida que cambia el presente. Si el presente es un comienzo, la obra de Pellicer, Villaurrutia y Novo es la consecuencia natural de la poesía de los jóvenes y no a la inversa. La prueba de la juventud de estos tres poetas es que soporta la cercanía de los jóvenes. El presente la cambia, le otorga nuevo sentido. En cambio, si no hay una relación viva entre el presente y el pasado, si el pasado es insensible a la acción de los jóvenes, no es aventurado afirmar que hay una ruptura: ese pasado no nos pertenece. Por supuesto, no quiero decir que sea desdeñable: simplemente no es nuestro, no forma parte de nuestro presente.

Este libro no es una antología sino un experimento. Lo es en dos sentidos: por la idea que lo anima y por ser una obra colectiva. Sobre lo segundo diré que nuestra coincidencia no ha sido absoluta. Desde el principio se manifestaron ciertas diferencias de interpretación. Nada más natural. Uno de nosotros observó que la idea de «tradición de la ruptura» es contradictoria: si hay tradición, algo permanece (sustancia o forma) y la cadena no se rompe; si hay ruptura, la tradición se quebranta e, inclusive, se extingue. Otro repuso que la tradición se preserva gracias a la ruptura: los cambios son su continuidad. Una tradición que se petrifica sólo prolonga a la muerte. Y más: transmite muerte. Réplica: el ejemplo de las sociedades tradicionales desmiente las supuestas virtudes vivificadoras de la ruptura. Nada cambia en ellas y, no obstante, la tradición está viva. Contestación: la tradición es una invención moderna. Los llamados pueblos tradicionales no saben que lo son; repiten unos gestos heredados de la historia, fuera del tiempo -o, más bien, inmersos en otro tiempo, cíclico y cerrado. Sólo la ruptura nos da conciencia de la tradición. Nueva réplica: lo contrario es cierto: gracias a la tradición tenemos conciencia de los cambios…

No repetiré aquí todo lo que dijimos. En un momento de la discusión surgió la verdadera divergencia: Alí Chumacero y José Emilio Pacheco sostuvieron que, al lado del criterio central del cambio, deberíamos tomar en cuenta otros valores: la dignidad estética, el decoro -en el sentido horaciano de la palabra-, la perfección. Aridjis y yo nos opusimos. Nos parecía que aceptar esa proposición era recaer en el eclecticismo que domina desde hace muchos años la crítica y la vida intelectual de México. Ni los convencimos ni nos convencieron. Se me ocurrió que no quedaba otro remedio que publicar, en el mismo libro, dos selecciones. Nueva dificultad: algunos poetas figurarían en ambas, aunque con poemas diferentes. Alguien propuso una solución intermedia: incluir también a los autores que cultivan el «decoro» pero que, en algún momento, han coincido con la tradición del cambio. A pesar de que Aridjis y yo queríamos un libro parcial, nos inclinamos sin alegría. Esto explica la presencia de nombres que sólo de una manera tangencial pertenecen a la tradición del movimiento y la ruptura. Al mismo tiempo procuramos al seleccionar sus poemas, ajustarnos dentro de lo posible a la idea de mutación. No creo que lo hayamos conseguido en todos los casos. No importa: a despecho de este libro, el lector percibirá la continuidad de una corriente que comienza con José Juan Tablada, avanza y se ensancha en la obra de 4 o 5 poetas del grupo siguiente, más tarde se desvía y oculta -aunque sólo para reaparecer con mayor violencia en tres o cuatro poetas de mi generación- y, en fin, acaba por animar a la mayoría de los nuevos poetas.

Dividimos el libro en cuatro partes. La primera está consagrada a los jóvenes. No es ni puede ser una selección completa. Más que un cuadro de la poesía reciente es una ventana abierta a un paisaje que cambia con velocidad. La segunda parte nos enfrentó a un grupo disperso y cuya obra de verdad significativa se inicia no en la juventud sino en la madurez. Es una generación marcada por la segunda Guerra Mundial y por las querellas ideológicas que la precedieron y siguieron. Más tarde que las otras, como para recobrar el tiempo perdido, da un salto hacia adelante, hacia su juventud. Omitimos a Neftalí Beltrán y a Manuel Ponce porque pensamos que lo mejor de su obra no corresponde a la «tradición de la ruptura». Confieso que, ya en prensa este libro, pensé que su exclusión no se justifica enteramente: su caso no es distinto al de varios poetas que figuran en esta sección y en la siguiente. La tercera parte es más homogénea. Las obras decisivas de este grupo, con la excepción de José Gorostiza, son las de juventud. No faltará quien nos reproche la ausencia de Jorge Cuesta. La influencia de su pensamiento fue muy profunda en los poetas de su generación y aún en la mía, pero su poesía no está en sus poemas sino en la obra de aquellos que tuvimos la suerte de escucharlo. A media que nos internamos en el tiempo los nombres disminuyen. Por eso no es extraño que el cuarto grupo (1915) sólo incluya a cuatro poetas. Uno de ellos, Alfonso Reyes, no pertenece realmente a la tradición moderna pero una porción limitada de su obra sí revela ese espíritu de aventura y exploración que nos interesa destacar. El caso de López Velarde también parece, a primera vista, dudoso. No lo es. Cierto, es el poeta de la tradición: ¿será necesario recordar que para él esa palabra era sinónimo de novedad? El tercer poeta de este grupo es un solitario que nunca ha publicado un libro de versos: Julio Torri. Fue uno de los primeros que, entre nosotros, escribieron poemas en prosa. Con él aparece en nuestra lengua el humor moderno. El cuarto poeta es un tránsfuga del modernismo: José Juan Tablada. Tal vez es nuestro poeta más joven.

 

Las dimensiones del poder y la responsabilidad de los intelectuales. Universidad: poesía, política y pueblo

Seminario de investigación y ciclo de conferencias magistrales 2014

Las dimensiones del poder y la responsabilidad de los intelectuales. Universidad: Poesía, Política y Pueblo

Dr. Braulio Hornedo Rocha

Disciplinas: Ciencia política/ Filosofía/ Historia/ Literatura / Educación / Antropología

Justificación y motivos de la cátedra

El polígrafo Alfonso Reyes ha sido considerado, por algunos de los más destacados intelectuales del mundo y de su tiempo, como uno de los principales humanistas mexicanos del siglo XX. Lo han dicho los argentinos, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, los chilenos Gabriela Mistral y Pablo Neruda, los colombianos Gabriel García Márquez y Germán Arciniegas, los españoles José Gaos, Juan Ramón Jiménez y Fernando Savater, y los mexicanos: Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, José Luis Martínez y Adolfo Castañón entre muchos otros.

Con esta cátedra nos proponemos investigar de entre las varias facetas del quehacer Alfonsino; como teórico y creador literario; como filósofo e historiador; como helenista y divulgador de la ciencia, como narrador y poeta; como diplomático y fundador de instituciones educativas y culturales; nos interesa destacar el papel del Reyes educador y crítico cultural, que es una de las facetas menos estudiadas pero de mayor actualidad y urgencia de reflexionar en nuestro tiempo.

Objetivos generales

  • Esclarecer el legado cultural de don Alfonso Reyes, en el marco de las tradiciones del pensamiento humanista mexicano e hispanoamericano del siglo XX, en torno a la responsabilidad de los intelectuales ante las diferentes dimensiones del poder (económico, político, militar, científico, entre otros).
  • Contribuir en la identificación y documentación de diez generaciones (1810, 1825, 1840, 1855, 1870, 1885, 1900, 1915, 1930, 1945) en las tradiciones del pensamiento humanista mexicano, considerando como centroide la generación a la que pertenece el propio Reyes (1885).
  • Formular una descripción histórica cultural del papel de Alfonso Reyes como universitario y artífice de la fundación de la Universidad Popular Mexicana, El Colegio de México y El Colegio Nacional, tres de las más insignes instituciones educativas mexicanas en el siglo XX.

Metas específicas

Al final del curso el participante podrá:

  • Definir conceptualmente las nociones de generación, conversación, intercultural, tradición del pensamiento, intelectual, poder, crítica, cultura del progreso, convivencialidad, megamáquina, sistemas complejos, desescolarización, ecología política, municipalismo libertario.
  • Analizar la relación política, social y cultural entre el poder económico, político, militar y la “república de las letras” en el siglo XX mexicano.
  • Criticar las prácticas educativas y políticas que nos impone la “cultura del progreso”. Utilizar el método histórico de las generaciones para la identificación y comprensión de las tradiciones del pensamiento humanista en México e Hispanoamérica. 

Programa

Fecha:
Temas:
Lectura:
  31/07/2014
El método histórico de las generaciones como instrumento del análisis filosófico, político y literario
Ortega, José. El tema de nuestro tiempo, Ed. Porrúa, México, 1985. Marías, Julián, Literatura y generaciones, Espasa Calpe, Madrid, 1975. www.humanistas.org.mx Ponente: Dr. Braulio Hornedo Rocha
14/08/2014
Alfonso Reyes y José Vasconcelos. Octavio Paz y Gabriel Zaid. Una tradición intelectual
Garciadiego, Javier. Simpatías y diferencia entre Alfonso Reyes y José Vasconcelos. www.catedrareyes.org Ponente: Dr. Javier Garciadiego
28/08/2014
La generación del Ateneo, la generación de Contemporáneos, la genereción de Taller, la generación de Medio siglo
Matute, Álvaro. El Ateneo de México, Fondo de Cultura Económica, México, 1999 www.alfonsoreyes.org Ponente: Dr. Álvaro Matute
11/09/2014
México en la obra de Alfonso Reyes y Octavio Paz
Castañón Adolfo. México en la obra de Alfonso Reyes. www.alfonsoreyes.org Ponente: Mtro. Adolfo Castañón
25/09/2014
La afición de Grecia
Reyes, Alfonso, Obras completas XVI, Fondo de Cultura Económica www.greciaclasica.org.mx Ponente: Dra. Verónica Peinado
09/10/2014
Recuerdos de don Alfonso Reyes. Video conferencia (2000)
Reyes, Alfonso, Obras completas XVI, Fondo de Cultura Económica www.greciaclasica.org.mx Ponente: Don José Luis Martínez +
23/10/2014
Un abrazo para Alfonso Reyes. Video conferencia. (2000)
Poniatowska, Elena. Un abrazo para Alfonso Reyes. www.catedrareyes.org Ponente: Mtra. Elena Poniatowska
06/11/2014
La Ilíada de Homero en Cuernavaca
Reyes, Alfonso, Obras completas XVI, Fondo de Cultura Económica www.greciaclasica.org.mx Ponente: Dr. Braulio Hornedo
20/11/2014
Los poetas Alfonso Reyes, Octavio Paz y Gabriel Zaid o la lucha con el ángel
Quirarte, Vicente, La lucha con el ángel www.alfonsoreyes.org. www.univirtual.mx Ponente: Dr. Vicente Quirarte
05/12/2014
Universidad, política y pueblo.
Pacheco, José Emilio, Universidad, política y pueblo, UNAM, México 1967 www.alfonsoreyes.orgwww.univirtual.mx Ponente: Dr. José Emilio Pacheco +

Bibliografía básica

Garciadiego, Javier, Alfonso Reyes, Planeta, México, 2009.

Illich, Iván. Obras reunidas. Vol. 1, Fondo de Cultura Económica, México, 2005.

Marías, Julián, Literatura y generaciones, Espasa Calpe, Madrid, 1975. Oakeshott, Michael, El racionalismo en política, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.

Ortega y Gasset, José, El tema de nuestro tiempo, Ed. Porrúa, México, 1985.

Pacheco, José Emilio, Universidad, política y pueblo, UNAM, México, 1967.

Reyes, Alfonso, Obras completas. Vols. I al XXVI, Fondo de Cultura Económica, México.

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Bibliografía y videografía en línea

www.alfonsoreyes.org

www.catedrareyes.org

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www.ivanillich.org.mx

www.octavio-paz.com

www.univirtual.mx

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