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La improvisación. Por Alfonso Reyes

I

ESTAMOS en un restaurante de Londres —el Savoy— y hay doce a la mesa. El anfitrión es un hombre con un algo de Dumas, padre, y otro poco de Maurice Donnay: cabeza enorme; a la izquierda, un ala de cabello negro; a la derecha, un ala de cabello blanco; monóculo y bigotillo negro, cortado; labios voluminosos, que se han comido la nariz.
(Consúltese: Michel Georges-Michel, Ballets Russes, Histoire Anécdotique —un libro deshecho, agobiado bajo un título muy ambicioso, pero lleno de sugestivos toques.)

En torno a este hombre, dondequiera que va, se produce siempre una tempestad artística. Es Diaghilew. Y puede asegurarse que la empresa de danza que dirige, con ser ya tanto de por sí, es mero pretexto para atraer todas las vivientes voluntades estéticas que andan dispersas por el mundo.

Siempre tiene doce a la mesa y, mientras come, seguramente sin molestar un punto a sus huéspedes, sin que éstos se percaten siquiera de que ha hablado de otra cosa que de música o de pintura, arregla tratos con el agente italiano, Barrocchi, llegado en el último avión de Roma; y, volviendo apenas la silla, despacha con el encargado de trasladar las decoraciones —Kamichof, un tímido gigante.

Después, se levanta, sale tranquilamente, como si no estuviera haciendo nada. Y no lo volvemos a ver hasta el ensayo general, en un escenario revuelto, junto a la divina Karsavina, que protege sus zapatillas de reina con unos calcetines de lana.

Durante el ensayo, sin respeto para la música de Stravinsky, dos obreros clavan ceniceros en el respaldo de las butacas. En un rincón, sin hacer caso a nadie, Bakst, el pintor de Jerezarda, construye, a golpe de tijera y pincel, unos juguetes mágicos, de cartón, que han de revolucionar el arte decorativo, lo mismo entre los clásicos de la Rue de la Paix, que en el Faubourg Saint-Honoré, donde acampan los avanzados.

Y así, todo sucede entre estorbos, entre paréntesis, al lado de las actividades accesorias, mientras se recibe a las visitas, en el comedor y hasta en el baño.

Y con todo, la maravilla se realiza, y el ballet nace —puro— como la fecha de su arco.

II

Amigo José Vasconcelos: educar es preparar improvisadores. Toda educación tiende a incorporar en hábito subconsciente las lentas adquisiciones de una disciplina hereditaria. Se vive improvisadamente.

No quiere esto decir que debamos emprender las cosas sin conocerlas. Todo lo contrario. El oficial de Estado Mayor tiene que levantar diseños y planos topográficos sobre la cabeza de la silla, al trote del caballo. Para eso, es fuerza que se haya avezado, largos años, entre los estuches mecánicos, al trazado y al cálculo. De aquí un gran respeto a las técnicas, un consejo de practicarlas incesantemente en todos los reposos de la acción —de la improvisación—. Y de aquí, también, un gran respeto a la memoria, la facultad retentiva que transforma en reacción instantánea las conquistas de varios siglos de reflexión, y el consejo de propiciar constantemente a esta madre de Musas.

Y, un día, el milagro se produce: al dejar caer el lápiz, brotan los planos exactos; al dejar caer la pluma, corren los versos bien medidos: quidquid tentabam scribere versiu erat.

Todo arte consiste en la conquista de un objeto absoluto, lograda en medio de las distracciones que por todas partes nos asaltan, y contando sólo con los útiles del azar. Sé quien estudiaba el teatro griego entre los desmayos del amor, y casi leía los libros en los brazos de una mujer. Ése improvisaba atención.

Pero ¿qué no es improvisación? Oh, Pedro Henríquez, tú me increpabas un día:

—No corriges —me decías—; no corriges, sino que improvisas otra vez.

La documentación es necesario llevarla adentro, toda vitalizada: hecha sangre de nuestras venas.

III

Se levanta una cortina; es Stravinsky, otra vez: llega de Suiza, por unas horas. Trae consigo el manuscrito de Nupcias, portento de música en acordes, con tibios arrullos de marimba, y un sobresalto de resonancias continuas que amedrentan y dejan ocioso el hilillo de la melodía.

Se levanta otra cortina: es Diaghilew, que vuelve de Londres, por unas horas. Trae en la mente, en el ánimo, en el ritmo de la respiración, esas danzas cruzadas que concibió el maestro coreógrafo.

Marchas gimnásticas de mancebos, bajo los ojos extáticos del novio; marchas gimnásticas de doncellas, entre las trenzas caudales de la novia; pétrea inmovilidad de los padres, secos árboles con barbas de heno y cuencas profundas de ojos, los brazos plegados, las arrugas hechas a cuchillo. Y, al fin, ese paso solemne y grave de los novios hacia el lecho nupcial, como si entraran en una tumba. Es la borrachera triste de Eros, la más intensa. Hermosas bestias cazadas por la naturaleza, los esposos se aproximan temblando… Salta el corazón, entre pulsaciones de marimba. Y, de pronto, se oscurece la luz.

Stravinsky y Diaghilew están en mangas de camisa, al piano; en tanto, el coreógrafo Massine anota y anota, vibra junto al velador, trepida por dentro, baila con el alma. Circulan el “cherry” y el té. Los gajos de limón aplacan la sed.

Silencio: estos hombres improvisan. Movilizan, por unas horas, todas las potencias de su ser. Todo lo traen consigo, porque no se viaja con bibliotecas. La memoria enciende su frente. Y, al dar las ocho, todo debe estar concluído. Se besan el bigote, a la rusa, y uno vuelve a Londres y otro a Suiza.

Alfonso Reyes, Obras completas II, FCE, México, 1995, pp. 298-300

CANTATA. En la tumba de Federico García Lorca. Por Alfonso Reyes

Voces

El padre

La madre

La hermana

La novia

Guardianes de milicianos (Coro)

La Cantata salió como brota un quejido, aunque naturalmente tuvo que pasar por la razón.

Precisamente el esfuerzo consistió en darle cierta expresión objetiva de «epos». Por eso, en vez de acudir a resortes de la propia sensibilidad, se acudió a los símbolos eternos; el tributo de la naturaleza amontonado sobre una tumba: las regiones, la geografía humana de España; el Padre, la Madre, en el espacio físico y en el «espacio del alma», había que situarla en el tiempo. El trueno de los Milicianos, desde el fondo, la arraiga en el presente: la evocación de los temas líricos gratos a Lorca, la reminiscencia del Caballero de Olmedo, la atan a la tradición, al pasado: y el grito vengador final (tras los esfuerzos abortados de la Madre, que por más que hace no logra salir de la obsesión de una frase trunca: «¡Pero tu sangre…!»), la lanza al porvenir, al porvenir que es nuestro.

Una preocupación musical, que Pahissa interpretó cabalmente, domina la elaboración del poema. Tras la recitación de Mony Ermello, el poema quedó confiado a la teatralización de Margarita Xirgu.

La traducción francesa de L. Z. de Galtier fue recitada por Georgina de Uriarte en el Teatro Marigny de París, 1951.

EL PADRE

Madre de luto, suelta tus coronas.

LA HERMANA

La flor de ojeras, la risa de los llanos,
tus azucenas y tus amapolas,
claveles de pudor, jacintos pálidos,
y tréboles y fucsias y retamas,
y espliegos y laureles,
y hasta juncos, sarmientos y gavillas,
acres rastrojos, sápida verbena,
menta de ardor y cuasia de amargura;
y vengan estambradas
todas las trenzas de la tierra.
Madre de luto, suelta tus coronas.

LA NOVIA

Junta y apila en la silvestre tumba
los fragantes limones y naranjas,
túmulo vegetal, cerro de aromas,
la carne cristalina de las uvas,
gusto seco de nueces y castañas,
la granada vinosa,
la cidra vaporosa,
paltas y tunas y piñas de América,
y las anonas y los tamarindos,
y las lanzas del cacto mexicano...

GUARDIA

Y el trueno, fruto de la carabina.

EL PADRE

Madre de luto, suelta tus coronas
sobre la fiel desolación de España,
sacudido rosal, zarza entre lumbres.

LA NOVIA

Inquieto jardín
que hoy mecen clamores,
ayer castas flores
en olor de abril.

EL PADRE

Hay cóleras negras, llamaradas rojas,
espadas de cardos, banderas de hojas,
jardín; y en las sienes y en el corazón,
tónicos de buena y mala intención.

LA HERMANA

Perdida canción
de flauta y rabel.

LA NOVIA

Mustio girasol,
tronchado clavel.

LA HERMANA

Lo lloran los montes,
lo lloran los ríos.

LA NOVIA

Y los de las otras,
y los ojos míos.

LA MADRE

¡Pero tu sangre, tu secreta sangre!
¡Abel, clavel tronchado!
¡Pero tu sangre, tu secreta sangre
que revuelve la tierra y ciega el puente,
colma los surcos y amenaza el vado,
Abel, clavel tronchado!

EL PADRE

Presente tú donde el vino se cuela,
los crótalos redoblan y las palmas,
mana la voz y la guitarra vuela;
presente tú donde la gente baila,
donde la moza cesaraugustana
lanza en palillos de tambor de piernas...

LA HERMANA

Y las espuelas de Amozoc repican,
las barbas del rebozo de la china
cosquillean el vello de la boca,
y el gaucho zapatea,
el suelo santiguando con las botas.

EL PADRE

Hoy te lloren los pueblos,
el gitano solemne y el andaluz exacto,
el "maño" terco y bueno como el agua y el pan,
ebrio de luz el lírico huertano,
el catalán de las sagradas cóleras,
el forzudo gallego melancólico,
el dulce, hercúleo vasco,
el recio astur y el castellano santo.

LA NOVIA

El lazador de América y el fiero mexicano.

LA HERMANA

Matronas con los senos agitados,
vírgenes con las manos compasivas...

GUARDIA

Y el trueno, fruto de la carabina.

LA MADRE

¡Pero tu sangre, tu secreta sangre,
Abel, clavel tronchado!

EL PADRE

Te lloren la garúa y el tornado,
el turbio meteoro,
la gota del orvallo,
la pedriza que siega las mazorcas...

GUARDIA

Y el trueno, fruto de la carabina.

LA NOVIA

Que de noche lo mataron
al caballero,
la gala de Granada,
la flor del suelo.

LA HERMANA

En Fuentevaqueros
nació la gala:
traía cascabeles
entre las alas.

LA NOVIA

Crezcan la mejorana,
la yerbabuena,
dalia y clavel del aire,
flores de América.

LA HERMANA

Que de noche lo enterraron
entre cuatro velas,
cuatro ángeles mudos
por centinelas.

EL PADRE

Madre de luto, suelta tus coronas
sobre la fiel desolación de España.
Ascuas los ojos, muerte los colmillos,
bufa en fiestas de fango el jabalí de Adonis,
mientras en el torrente de picas y caballos
se oye venir el grito de los campeadores:

«¡Aprisa cantan los gallos

y quieren quebrar los albores!»

LA MADRE

¡Pero tu sangre, tu secreta sangre!
¡Pero tu sangre, tu secreta sangre!

TODOS

¡Pero tu sangre, tu secreta sangre,

Abel, clavel tronchado,

colma los surcos y amenaza el vado!

¡Aprisa cantan los gallos

y quieren quebrar los albores!

Buenos Aires, mayo de 1937 .-VS.

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