Trigueña nuez del Brasil,
castaña de Marañón:
tienes la color tostada
porque se te unta el sol.
De las algas mitológicas
en el marino crisol,
como la sal se te pega
tienes tostado el color.
Ilesa virgen de aceite,
lámpara de hondo fulgor:
sales a apagar el día,
ya diamante, ya carbón.
En el vaho de la arena
¿no se consume la flor?
No se consume: se alarga
el tallo, rompe el botón.
Misterio: ceniza y fruta;
ceniza sin amargor,
fruta áspera con acres
aromas de tocador.
Mirra y benjuí por los brazos,
gusto de clavo el pezón:
quien hace la ruta de Indias
corta la especia mejor.
Cierto, tenderé la vela:
me siento descubridor,
alumno de Marco Polo
y de Cristóbal Colón.
—¡Tierra!—grito, y en el seno
del barro que te crió,
hinca ya la carabela
la quilla y el espolón.
Tierra oscura me recibe,
en sorda germinación,
en la que saltan los árboles
como rayos de explosión.
Truena Dios, y mi ventura,
al tiempo que truena Dios,
está en volver a la sombra
donde he nacido yo.
—Callen las onzas de plata
cuando se escucha esta voz:
“Hijas de Jerusalén,
el sueldo de cobre soy.”
Alfonso Reyes, «Morena», Romances del río de enero (1932), Obras completas X, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 392-393.