Los surrealistas inventaron juegos de creación colectiva, como el «cadáver exquisito». También el uso de cuestionarios para encuestas, antes que los sociólogos, y antes que los investigadores de mercados (de quienes, según C. Wright Mills, lo sociólogos lo tomaron). Quizá Breton lo derivó de su experiencia médica, o de su interés en el psicoanálisis. El uso de un cuestionario de rutina para la auscultación de pacientes (aunque no como parte de una encuesta) era común en la medicina francesa. Jung experimentó con series fijas de palabras para descubrir cuáles provocaban asociaciones pertubadoras para el paciente.
En particular, los surrealistas inventaron la pregunta que nos sigue hostigando: «¿Por qué escribe usted?» Lo realista (y lo surrealista) sería decir: «No sé». Aunque, afortunadamente, siempre hay quien sabe por qué sopla el viento, y hasta sabe soplar para suplirlo.
Pero escribir y publicar no son la misma cosa. Escribir siempre tiene algo de injustificable. Publicar es un acto público, que obliga a responsabilidades públicas. «¿Por qué publica usted?» debería poder responderse, diciendo (al menos): «Porque me atrevo a suponer que esto les pueda interesar a personas que desconozco». Imprimir para los amigos y conocidos, aunque bonito y justificable, no es lo mismo que publicar. Publicar es respetar a un desconocido. Abrir la puerta a no se sabe quién. Puerta —no hay que engañarse— que no conduce a la intimidad del autor, sino a la del lector; que le exige franquear, ejercer, realizar, a través de la lectura, una serie de actos que hacen más habitable su propia estancia en la realidad.
Leer es más difícil que escribir. Quien sabe como una palabra sigue a otra. Lo importante, lo difícil, es verificarlas personalmente, probar si dicen algo, leyendo. El autor es el primer lector que recorre un conjunto de palabras. Así como el antólogo o el museógrafo componen series de actos contemplativos a partir de cosas que no hicieron, el escritor junta palabras que no hizo, y que estaban ahí, desde hacía mucho tiempo, hechas, sabidas, vistas, catalogadas.
Escoger una lista de palabras, y firmarla como su autor, no sería más original que firmar un Poema. Un Poema es una antología de palabras. No una selección de palabras «de antología», particularmente bonitas o expresivas en sí, sino una serie que como serie de actos ejecutables resulte bonita o expresiva.
Quién sabe qué será una palabra en sí, un Poema en sí, un libro en sí. Toda palabra lleva a otra, todo poema implica otros, todo libro es parte de esa conversación interminable, inabarcable y a veces ininteligible que llamamos cultura. Una palabra cambia de sentido según el contexto, la oportunidad, la escena; un cuadro cambia de color y de forma según los cuadros vecinos; un poema se vuelve otro según el conjunto del cual forma parte (diario, revista, antología, libro, obras completas), según la tipografía, según el momento de publicación o de lectura, según el humor, la madurez o las expectativas del lector. Sin embargo, solemos pensar que hay poemas en sí, con algo de razón. Y esta unidad de referencia es suficientemente poderosa para imponerse a la atención del lector sobre la posible unidad del libro (a diferencia, por ejemplo, de lo que sucede con un capítulo de novela).
¿Hay algo más que añadir para invitar al lector? Una explicación de circunstancias. Práctica mortal se agotó demasiado pronto para no reeditarlo. Pero si la nueva edición va a ser para los lectores, ¿por qué no invitarlos a que se la hagan a su gusto? Al componer Práctica mortal, el autor creyó encontrar un libro nuevo, no una selección de sus mejores poemas, en la unidad de medio centenar escrito a lo largo de diecisiete años. Por razones (o equivocaciones) parecidas mantuvo inéditos otros que eran publicables, no recogió algunos publicados en forma suelta y eliminó otros publicados en libros anteriores. Pero ya que tiene en su casa varios ejemplares de la serie que como serie más le gusta, en tanto que lector, ¿por qué no reconocer otras necesidades y otras satisfacciones de otros lectores? Hasta en las series calisténicas, de yoga, de judo, etcétera, se reconoce que hay unidades seriales más bonitas, expresivas o satisfactorias para cada ejecutante. Cabe decir lo mismo de una serie de manteas o de una serie de actos de lectura.
Por supuesto que todo buen lector suele hacer esto por su cuenta, llegando a veces al extremo de hacerse sus propios libros, recortando o copiando textos que le gustan. La diferencia en este caso es que se invita a hacerlo como un juego de creación colectiva.
Los grados de intervención del lector pueden ser los siguientes:
- Como mínimo, clasificar los poemas en tres categorías: excluir, incluir, indiferencia. Para esto, en la tarjeta inserta, marcar la página correspondiente a cada poema con una cruz para excluirlo, encerrarla en un círculo para incluirlo y no marcar nada para indicar indiferencia. Se entiende que esto no es una clasificación; que el lector puede considerar que un poema es malo pero le gusta, mientras otro, que puede ser mejor, no le interesa personalmente.
- Proponer la ordenación de la serie más satisfactoria para su propia lectura, así como los títulos de cada sección (si hace secciones) y del libro completo (si su serie no se reduce a unos cuentas poemas o a ninguno). Para esto enviar un índice en hoja aparte.
- Modificar poemas, ya sea suprimiendo, añadiendo o cambiando palabras, espacios o signos ortográficos, en el texto o en el título. Enviar aparte.
- Escribir (o tomar de otro lado) poemas adicionales que se integren bien dentro de la serie que propone, haciéndola más satisfactoria para su propia lectura. Enviar aparte, indicando el lugar correspondiente.
Es imposible saber cuántos lectores quieren intervenir en el juego, en qué medida las intervenciones tengan coherencia colectiva. Pero me atrevo a suponer que no soy el único lector que ha sentido ganas de meterle mano a unas palabras ajenas (¿y cuáles no lo son?), por simpatía, por gusto, por necesidad del lector, no por simple manoseo posesivo; de la misma manera que, a veces, la lectura de un poema en otro idioma mueve a la traducción.