
I
La lucidez, que se asemeja a menudo a un estado de gracia, no es una concesión, un don. Y, sin embargo, ese estado de gracia es, sin duda, un estigma: permite desear lo inalcanzable, permite vislumbrar lo que sólo el deseo redobla, permite levantar utopías que se derrumban estrepitosamente sobre nosotros. Estigma y Corona, pues. ¿Una dualidad? ¿Mal y Bien? ¿Risa y Llanto? Pero su atractivo reside en que jamás admite el maniqueísmo, pues entonces ya no es. La lucidez, probablemente, ha sido la madre de todas las dudas que han hecho al hombre occidental. Lo insondable de su presencia, lo insufrible y jubiloso, lo finalmente panteísta, es su estirpe poética; pues cuando la Poesía la interroga se hace carne con ella de tal modo que parece una cópula entre la belleza y la locura, cuyo resultado, cuanto más intenso, más indeleblemente queda grabado en la Memoria. ¿Y qué es esta marca, de nuevo: Corona, Estigma? Como dice José Emilio Pacheco.
José María Guelbenzu, 1982
Jardín de niños
Para Alba y Vicente Rojo

1
Abrir los ojos. Aún no hay mundo. Cerrarlos. Ver las tinieblas prenatales. Allí algo como un regreso al principio de todo. Soy una ameba, un protozoario, un pez que milenariamente va saliendo del agua * . Con espamos de asfixia me interrogo sobre el planeta humeante. Me adentro en tierra firme. Ya respiro. Avanzo a rastras. Soy reptil pulmonado. Y ahora me brotan alas: mis escamas se han transformado sin saberlo en plumaje.2

Lo que entre sangre y de la sangre brota
no es bello ciertamente. Como una fiera se debate, lucha con los puños cerrados y protesta contra quienes lo arrancan. Porque una cola lo ata a su especie humana. Es cercenada. Recibe el primer golpe. La luz lo hiere. Hierve el estruendo de este mundo. Ahora está solo y se defiende llorando. Cabeza deformada por el túnel y la lucha asfixiante. Arrugas de humedad. El viejo monstruo rejuvenece en horas y mañana será tierno y hermoso.
3

Desde la cuna veo llover. Se desploma
el cielo entero en un torrente sin pausa.
La tierra inerme volverá a ser del agua.
¿Voy a tocar el fondo como una piedra
o flotaré como un anfibio en las ondas?
Desciende a plomo y melodiosamente la lluvia.
Huele el jardín a recomienzo. Despierta.
El agua baja a proseguir este mundo.
Vibra el rumor que me adormece. Me duermo.
4

Tinta de la memoria. Extensión ciega
de lo indecible inmemorable.
Allí no hay nada. Sólo calor sin luz.
Tal vez la angustia
de la primera noche en esta tierra.
¿Acabarán
alguna vez las sombras? ¿Volverá el aire
a iluminarse?
Llanto, llanto
de aquel recién nacido en quien renueva
sus temores la especie.
Ser a solas
indefenso ante el mundo: el gran no-yo
y su despliegue amenazante
sobre, en torno
del que ha llegado sin palabras.
Si tienes hambre, si padeces de frío, si te incomodan los pañales, existes, te hallas vivo, caes en cuenta de que los otros te hacen falta y no eres centro de ningún modo, simple rueda del enorme engranaje, una semilla entre la cuna eterna que se mece insaciable. 5

Generación que vas como las hojas…
como las hojas no: como las ondas
o círculos concétricos taladrados
por la gota de lluvia en la masa del agua,
hasta que al ensancharse
se hacen un todo
con el río que nunca para
porque es distinto siempre.
Las aguas pasan
y el río sigue en su curso,
sigue su cauce. Generación
de los nacidos entre tumbas, al resplandor
del incendio del mundo.
Tanto trabajo de las células
y en poco tiempo
ser alimento de gusanos
en grandes fosas
o en las ruinas del bombardeo. Generación
de millones de niños muertos. La sobrevida
será para los otros muerte en el alma.
Y es su tarea
dejar escrito en agua su testimonio.
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