Homenaje a Claudio Ptolomeo
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
Homenaje a Claudio Ptolomeo
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
Trigueña nuez del Brasil,
castaña de Marañón:
tienes la color tostada
porque se te unta el sol.
De las algas mitológicas
en el marino crisol,
como la sal se te pega
tienes tostado el color.
Ilesa virgen de aceite,
lámpara de hondo fulgor:
sales a apagar el día,
ya diamante, ya carbón.
En el vaho de la arena
¿no se consume la flor?
No se consume: se alarga
el tallo, rompe el botón.
Misterio: ceniza y fruta;
ceniza sin amargor,
fruta áspera con acres
aromas de tocador.
Mirra y benjuí por los brazos,
gusto de clavo el pezón:
quien hace la ruta de Indias
corta la especia mejor.
Cierto, tenderé la vela:
me siento descubridor,
alumno de Marco Polo
y de Cristóbal Colón.
—¡Tierra!—grito, y en el seno
del barro que te crió,
hinca ya la carabela
la quilla y el espolón.
Tierra oscura me recibe,
en sorda germinación,
en la que saltan los árboles
como rayos de explosión.
Truena Dios, y mi ventura,
al tiempo que truena Dios,
está en volver a la sombra
donde he nacido yo.
—Callen las onzas de plata
cuando se escucha esta voz:
“Hijas de Jerusalén,
el sueldo de cobre soy.”
Los poetas, los poetas
—qué cosa tan singular—
beben su vino de gallo
y lo duermen hasta el mar.
Musa de grandes orejas,
si hay huevos en tu panal,
entre cada sol y sol
tiende otro verso a secar.
Los poetas, los poetas
—qué cosa tan singular—
beben su vino de gallo
y lo duermen hasta el mar.
El amor tira con letras,
que es mucha su libertad;
da la hora el alfabeto,
y la pluma, la señal.
Los poetas, los poetas
—qué cosa tan singular—
beben su vino de gallo
y lo duermen hasta el mar.
El cuco de los doctores
crece en la bota marcial,
y el clavel suelta sus trinos
en la hembra natural.
Los poetas, los poetas
—qué cosa tan singular—
beben su vino de gallo
y lo duermen hasta el mar.
Ya no sabe la campana
de qué mano ha de tirar,
y el sastre a cortar empieza
su pesebre y su portal.
Los poetas, los poetas
—qué cosa tan singular—
beben su vino de gallo
y lo duermen hasta el mar.
Salta el árbol de la historia
de la manzana de Adán:
de cada pezón, a Eva
se le salía el maná.
Los poetas, los poetas
—qué cosa tan singular—
beben su vino de gallo
y lo duermen hasta el mar.
Río de Janeiro, 1931.—OV.
Alfonso Reyes, Obras completas X, Constancia poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 134-136.
Ya no pedirás albricias,
mitad del conocimiento,
que te hice de cristal
para siempre.
Ya verás, mitad del día;
ya verás, mitad del tiempo,
lo que vale ser recuerdo
para siempre.
A la gala de la luz,
y a la noche no,
fija en acciones volcadas,
aquí te sujeto yo.
Con tres compases de santa,
de santa sin resplandor,
bajaste de la peana,
que es el milagro mayor.
Hoy te adoran las sandalias
que aplastas con el talón;
te adoran los candeleros
que tiemblan en el salón,
y hasta la forma del aire,
en el hueco que dejaste,
donde se cuajó tu vida
para siempre.
Ya no corres ni te vas:
te matamos, te maté.
—Y vosotras, a soñar
sin decir palabra,
que las estrellas nacieron
para estar calladas.
Río de Janeiro, 1934.—OV.
Alfonso Reyes, Obras completas X, Constancia poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 133-134.
A Jean Cocteau
Los ÁNGELES con joroba,
Juan Coqueto,
los ángeles con joroba
no llevan cruz en el pecho.
No llevan escapularios,
ni llevan nada.
Sólo —Dios sabe por qué—
cargan alas a la espalda.
En tiempo de mis abuelos,
los ángeles con joroba
solían contar un cuento,
sabían labrar, sabían
cocinar para el convento.
Se han olvidado de todo
ahora, con tanto invento.
Si antes, a todo apurar,
eran ángeles domésticos,
como no sirven de nada
son ahora más angélicos,
del modo que, sin la rima,
el verso ha de ser más verso.
Ya no ayudan, ya no velan,
ya no nos cuidan el sueño;
ya no vamos recostados
en ellos, como el poeta.
La ley de gravitación
los deja insensibles. Ellos
y los suspiros no hacen
nada por el Universo.
Ya no sirven para nada,
son ángeles, sólo eso.
Río de Janeiro, 1931.—OV. RA
Alfonso Reyes, Obras completas X, Constancia poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1996, pp. 132-133.