CONTEMPLEMOS ahora la grandeza y la miseria del héroe Diomedes. Tiene también una apariencia de dios o héroe tribal, relacionado con Etolia y con las poblaciones etolias de la costa norte del Peloponeso, aunque el Catálogo lo radica en Argos y en Epidauro. Acaso aqueo de origen, se ha contaminado en sus contactos con las salvajes tribus etolias que, llegadas de Iliria, expulsaron a los aqueos, reduciendo la Etolia a aquel estado de postración en que se le ve durante los tiempos históricos. Es deudo de Agrios (“el Silvestre”). Su padre, Tideo, estuvo a punto de alcanzar la inmortalidad por sus muchos méritos, pero la diosa guerrera de su tribu, la propia Atenea, lo descubrió en trance de devorar la cabeza de un enemigo en pleno campo de batalla, y prefirió dejarlo morir.
La tradición nos da dos distintos Diomedes. Uno es el héroe mencionado en la Ilíada y en la Odisea, el Epígono, el Alcineónida, argio de nacimiento, que viaja por Etolia, Troya, Italia y Chipre. Es un bravo y joven guerrero, que anda siempre entre caballos y deja un recuerdo casi indiferente. Pero hay otro Diomedes francamente antipático, rufián y salvaje, hijo del dios guerrero de los etolios, Ares, y rey de Abdera en Tracia. Este Diomedes, que alimenta con carne humana sus feroces caballos blancos —huella evidente de sacrificios humanos— fue en buenhora castigado por mano de Héracles, que además se llevó consigo los caballos.
Ahora bien, se ha advertido que esos dos héroes bien pueden ser la misma persona. En cuanto se rasca un poco al Diomedes argio, aparece, bajo su máscara helénica, la fisonomía del tracio. En todas partes, lo encontramos sospechosamente mezclado con los caballos y con ominosos sacrificios. En el lejano sudeste, en Chipre, su culto exigía víctimas humanas. En el lejano noroeste, en Venecia, le sacrificaban caballos blancos. En la Ilíada se le hace aparecer inmaculado, valiente, modesto y de buen consejo, y se pasan su silencio en sus costumbres y aficiones de canibalismo. Pero de tiempo en tiempo, se nos dejan ver sus muchas relaciones con Tracia. Ya da muerte a Reso, rey de tracios, y le roba sus caballos blancos; o combate con Ares, dios de los tracios aborígenes. Y Ares huye al cielo dando un berrido, y no deja ningún caballo en la tierra. Pero, poco antes, Diomedes ha peleado con Eneas y su madre Afrodita, y ha arrebatado a Eneas los magníficos caballos de que éste tanto se enorgullecía. Afrodita es diosa que pertenece a Ares. Parece que, en el origen, fue una diosa guerrera, esposa del dios de las batallas; y luego, a través de las encrucijadas de la mitología griega, reapareció, medio confundida con cierto mito oriental, y transformada en diosa del amor. Esta nueva criatura no tendría para qué andar metida en los combates, y es sólo el galardón del triunfo. Además, su hijo, en el caso, no tiene por padre a Ares, sino a Anquises. Todo ello despide un fuerte olor de confusión mitológica y falsas identificaciones. Es de sospechar que, devueltas las cosas a su pureza primitiva, el héroe a quien Diomedes somete y roba los caballos, aquél en cuyo auxilio acuden Afrodita y Ares, es realmente un hijo de Ares. Con lo cual los dos Diomedes aparecen claramente convertidos en uno: el tirano tracio. Pues, en el proceso de la antigua mitología, rendir a un hijo del tracio Ares y robarle sus caballos famosos es lo mismo que ser un hijo de Ares a quien le arrebatan sus caballos. En un caso, Diomedes representa el papel activo. En el otro, el papel pasivo. Así también, junto al Dióniso matador del toro, hay Dióniso el toro muerto; así, Apolo el cazador de lobos, y Apolo el lobo.
¡Tantas son las tradiciones y leyendas tribales entretejidas para urdir la figura de los héroes de la Ilíada! Verdad que, en algún caso, podrá descubrirse en algún héroe un residuo de realidad. Las leyendas medievales están llenas de nombres históricos. Y los nombres de Paris, Héctor, y aun Agamemnón, bien pueden haber pertenecido originalmente a alguna persona definida, como los de Carlomagno, “Virgilio el Mágico”, Atila o Dieterich. El nombre y la personalidad de un enemigo ilustre se quedan impresos en la memoria del pueblo. Si el mundo ario estuviese en la etapa de la mitología, pronto se había elaborado la imagen de un diablo llamado Adolfo. Pero, si aquí estamos en presencia de personas reales, no es posible identificarlas. Si hay alguna verdad en los nombres homéricos, ello no quiere decir que el episodio homérico haya acontecido de veras a persona que llevara tal nombre. Ninguna de las historias mágicas que inventó la Edad Media aconteció realmente a Virgilio.
Alfonso Reyes, «Diomedes», Obras completas XIX, FCE, México, 2000, pp. 73-75.