Archivo de la categoría: Poema

Amadís de Gaula a Don Quijote de la Mancha. Por Miguel de Cervantes

Soneto
Tú, que imitaste la llorosa vida
Que tuve ausente y desdeñado sobre
El gran ribazo de la Peña Pobre,
De alegre a penitencia reducida,
 Tú, a quien los ojos dieron la bebida
De abundante licor, aunque salobre,
Y alzándote la plata, estaño y cobre,
Te dio la tierra en tierra la comida,
Vive seguro de que eternamente,
En tanto, al menos, que en la cuarta esfera
Sus caballos aguije el rubio Apolo,
Tendrás claro renombre de valiente;
Tu patria será en todas la primera;
Tu sabio autor, al mundo único y solo.

A mi ahijada Melina Rosa. Por Alfonso Reyes

Nombre de abeja, Melisa
y Rosa, nombre de flor:
virtud habrá en tu sonrisa,
y en tu alegría, calor.

Harás  un mundo mejor

dentro de tu pensamiento;

vivirás en el contento

de sentirte tan cabal.

que aun los intentos del mal

vencerás al solo intento.

Quiero para tu existencia
el coraje de vivir:
ni el temor del porvenir,
ni menos la indiferencia.
Tus padres te den la ciencia
de andar por el mundo, y
aprende a escucharte si
necesitas de consejo;

mas si lo quieres de un viejo,
Rosa, acuérdate de mí.

22 de julio, 1953

Una defensa del anonimato. Carta a George B. Moore para negarle una entrevista. Por José Emilio Pacheco Berny

Cátedra Alfonso Reyes en Cuernavaca
Gabriel y José Emilio. El eterno masculino

No sé por qué escribimos, querido George,
y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito.
Es decir, lanzamos
una botella al mar que está repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la arrojarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo,
en la arena del fondo que es la muerte.

Y sin embargo
no es inútil esta mueca de náufrago.
Porque un domingo
me llama usted de Estes Park, Colorado.
Me dice que ha leído lo que está en la botella
(a través de los mares: nuestras dos lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
¿Cómo explicarle que jamás he dado una entrevista,
que mi ambición es ser leído y no “célebre”,
que importa el texto y no el autor del texto,
que descreo del circo literario ?

Luego recibo un telegrama inmenso
(cuánto se habrá gastado usted, querido amigo, al enviarlo).
No puedo contestarle ni dejarlo en silencio.
Y se me ocurren estos versos. No es un poema.
No aspira al privilegio de la poesía (no es voluntaria).
Y voy a usar, como lo hacían los antiguos,
el verso como instrumento de todo aquello
(relato, carta, tratado, drama, historia, manual agrícola)
que hoy decimos en prosa.

Para empezar a no responderle diré:
no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,
no me interesa comentarlos, no me preocupa
(si tengo alguno) mi lugar en la “historia”.
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora,
harán (o no) el poema que tan sólo he esbozado.

No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que alguien que desconozco pueda verse en mi espejo.
Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa–
corresponde a los versos, no al autor de los versos.

Si de casualidad es un gran poeta
dejará tres o cuatro poemas válidos,
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.

Extraño mundo el nuestro: cada vez
le interesan más los poetas,
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas y pleitos con los demás payasos del circo,
o el trapecista o el domador de elefantes,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.

Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en silencio,
en un pacto secreto de dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace medio siglo en editar una revista poética
que iba a llamarse Anonimato.
Anonimato publicaría poemas, no firmas;
estaría hecha de textos y no de autores.
Y yo quisiera como el poeta español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.

Si le gustaron mis versos
¿qué más da que sean míos / de otros / de nadie?
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos.

Alfonso Reyes. Por José Luis Martínez

Por Adolfo Castañón

La vida

Hijo del general Bernardo Reyes y de la señora Aurelia Ochoa de Reyes, oriundos del estado de Jalisco, Alfonso Reyes nació en Monterrey, Nuevo León, el 17 de mayo de 1889. Allí mismo inició sus estudios y en 1905 se trasladó a la Ciudad de México para continuarlos en la Escuela Nacional Preparatoria. En este año publicó sus primeros versos en El Espectador, de Monterrey. Mientras cursaba la carrera de abogado, que concluiría en 1913, participó en las empresas culturales del Ateneo de la Juventud al lado de una generación ilustre: Antonio Caso, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Martín Luis Guzmán, Julio Torri, Genaro Fernández Mac Gregor, entre otros.

Los sucesos políticos y la trágica muerte de su padre lo empujaron a Europa a mediados de 1913. En Francia y España, donde permanecerá de 1914 a 1927 escribe intensamente, sirve cargos diplomáticos y trabaja como investigador filológico en el Centro de Estudios Históricos de Madrid. De 1927 a 1939 es representante de México en Buenos Aires y Río de Janeiro. A principios de 1939 regresa definitivamente a México donde organiza y preside La Casa de España que luego se transforma en El Colegio de México. En varias etapas de su vida enseñó literatura. Universidades e instituciones de Europa y América le otorgaron los máximos honores académicos y solicitaron para él el Premio Nobel.

Presidió desde 1957 hasta su muerte la Academia Mexicana de la Lengua y fue miembro fundador de El Colegio Nacional. En 1955, al cumplirse 50 años de su carrera literaria, se le tributaron honores y homenajes y se comenzó la publicación de sus Obras completas. Murió en la ciudad de México, D.F., el 27 de diciembre de 1959 y fue sepultado en la Rotonda de los Hombres Ilustres, del Panteón Civil.

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